𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗡𝗨𝗘𝗩𝗘

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Paseé un rato mimando a Chispita, intentando tranquilizarlo antes de salir a pasear. Finalmente, me levanté de la cama y me preparé para empezar el día.

Después de desayunar, agarré la correa de Chispita y salimos a dar un paseo por el parque. Era una hermosa mañana soleada, perfecta para disfrutar del aire fresco y la naturaleza.

—¡Espera, espera!

Chispita saltaba emocionado a mi lado, olfateando cada rincón y a cada perro que encontrábamos en el camino.

—Conoces mejor estas calles que yo; parece que te encanta estar aquí afuera.

El parque estaba animado y lleno de vida. Las personas disfrutaban de actividades al aire libre, jugaban con sus mascotas y se relajaban bajo la sombra de los árboles. Era un lugar perfecto para conectar con la naturaleza y desconectar del ajetreo diario.

Mientras caminábamos, aproveché para saludar a otros dueños de perros que también paseaban por el parque. Chispita se mostraba amigable y emocionado al conocer a nuevos amigos peludos.

Él aprovechaba felizmente cada oportunidad para correr y explorar nuevos olores. No había rincón del parque que se le escapara. Aunque en ocasiones me sorprendía con su energía inagotable, también me llenaba de alegría verlo disfrutar tanto.

Luego de un agradable paseo, decidimos descansar en una zona del parque con bancos y césped. Chispita se tumbó a mi lado, agotado pero feliz. Le acaricié el vientre mientras observábamos jugar a algunos niños en el área de juegos cercana.

—¿Ahora sí te cansaste, eh?—le susurré cariñosamente.

Pasamos un rato relajado en el parque, disfrutando de la compañía mutua y el ambiente sereno. Esperé a que hiciera sus necesidades y las recogí antes de levantarnos para regresar a casa, con Mar.

Al ingresar, liberé a Chispita en la casa y saludé a Mar con un beso en la mejilla. Parecía estar algo tensa debido a las responsabilidades en la cafetería. Era evidente que comprendía que se aproximaba el momento de prepararme para mi cita con la psicóloga y la firma con Adrián. La tensión se reflejaba en su mirada, indicando que compartía los nervios que experimentaba.

—Espero que pongas tu firma, imbécil. No me moveré de esta casa hasta que coloques tu asquerosa firma en ese papel —murmuré con enojo mientras buscaba la ropa que usaría.

—¿Estás hablando sola, loca? —preguntó Madison detrás de mí.

—Sabes que no me agrada ese término y sí, es bueno tener un diálogo interno, aunque haya personas chismosas —bromeé.

—Ay, qué ternura, mija. Le hablas a la dueña del circo, di que te cobro alquiler.

—No, ese me lo cobra tu mamá —solé una carcajada.

—¡Eso es verdad y yo soy la única dueña del circo! —comentó Mar mientras ingresaba a la habitación con Albert en los brazos.

—¡Mamá, no le des más crédito! —se quejó Mad.

—Ella también debería abonar por vivir aquí, ¿no crees? Ya es adulta y tiene un hijo. Digo, una humilde opinión mía.

—No les des ideas, Loren —reprochó Mad mientras me sacudía de los hombros.

—No, creo que es suficiente con que me ayude todos los fines de semana en la cafetería —dijo Mar con una sonrisa burlona—. Además, le toca pagar los servicios de este mes a ella solita.

—Yo pagaré el siguiente mes sin falta —aclaré.

—Me parece justo —intervino de nuevo Madison.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Where stories live. Discover now