—¿Por qué lloras?

—Siento muchísimo… la vergüenza que van a pasar cuando todo el mundo se entere.

—Vergüenza es que a tu madre se le escape un gas en el supermercado y me eche la culpa indignada como ya ha pasado. Eres nuestro mejor trabajo. No hay nada que se le compare. Y vamos a apoyarte para lograr que el garbancito que tienes dentro sea el tuyo.

—Y yo mandaré encantada al infierno a quien se atreva a decir algo de mi pequeña —se había sumado su esposa Soljin—. Sobran personas en mi vida.

El inicio de Jungkook había estado repleto de comentarios malintencionados e hirientes, pero a él no le afectaron. Tuvo una infancia inmejorable, en buena parte gracias a sus abuelos, quienes no solo se aseguraron de que fuera un niño feliz, sino que callaron la boca a todos aquellos que aseguraban que Eunhye acababa de «joderse la vida». Lucharon para normalizar la excepción y la obligaron a existir con toda la grandiosidad de la palabra. «Si puedes imaginar que vuelas, lo harás. Ya tienes alas», le repetían cada noche para que lo creyera y, lo más importante, nunca lo olvidara.

Así, su madre no había dejado de cantar hasta el punto de que se había puesto en trabajo de parto mientras versionaba Hallelujah con el coro en la iglesia. Había estudiado Economía en Daejeon, donde los dos habían vivido en un pequeño piso destartalado y lleno de goteras que fingían que era un barco pirata cuando hacía mucho aire y llovía. Con seis años lo había llevado por primera vez a un parque de atracciones en Yongin durante las vacaciones de verano y habían brindado con zumo de naranja desde la cabina de la rueda de la fortuna, mientras veían el atardecer desde las alturas. Y le había dado muchos tíos, tantos como amigos de su madre habían sobrevivido a la criba de los que merecía la pena mantener al lado.

Jungkook y Eunhye se habían convertido en uno. Familia, amigos. Algo más que se elevaba por encima del entendimiento humano. La quería demasiado, esa era la única verdad, aunque en aquellos momentos le jodía un poco que no se saliera del baño.

—Estado de crisis en mi cuarto. Te espero en cinco minutos —anunció su madre.

—Dime que no es por un vestido…

—No es por un vestido… Son tres conjuntos demasiado bonitos para que me pueda decidir sin ayuda —La mujer salió antes de que él pudiera protestar.

Por supuesto, acabó yendo. A regañadientes, pero lo hizo una vez se hubo vestido. Se sentó en la cama resignado y, mientras su madre se recogía la melena oscura en un moño deshecho, confirmó que su cuarto seguía pareciendo el de una adolescente, con el tocador, pósters de sus grupos favoritos en las paredes y una alcancía con forma de pene sonriente que prefería no saber de dónde había salido.

—El verde —determinó tras presenciar todo el pase de modelos sin quejarse.

—¿No es demasiado presuntuoso?

Era de tirantes, ceñido hasta la cintura y con una falda de vuelo con lunares.

—Pues los pantalones negros y la chaqueta.

—Quedaría si fuera un concierto de rock, Jungkook. Sé que soy un poco pesada, pero el look es importante; una declaración de intenciones.

Su madre se miró en el espejo de pared y fue colocándose por encima las prendas que descansaban en el respaldo de la silla. Mimaba los detalles, los cuidaba. Quizás no iba a actuar en una sala de Seúl con su guitarra como un día había soñado, pero sí en la adaptación de su fantasía a la realidad que la arropaba, pues compaginaba su trabajo de contable con cantar en algunas bodas, fiestas y celebraciones, asociaciones de la tercera edad y, los jueves de verano, la contrataban para las fiestas de los pequeños pueblos que rodeaban Gwangyang.

That Summer ❀ KooktaeWhere stories live. Discover now