En el fondo de la finca III

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Ya tenía todo listo. Cerré la mochila con dificultad, apretando con fuerza para que corra el cierre de tan repleta que estaba. Mantas, salchichas, cuchillo, ropa, hacía presión para que entre todo. Nada de ropa abrigada, iba a hacer calor: pantalón cortito y remera sin mangas.  Me miré en el espejo del baño. No tenía tan hinchada la mejilla como ayer, ya no me dolía, pero sí, el ojo estaba bien morado. La carpa enrollada la coloqué en la parte trasera de la bici, sobre la rejilla. Dejé una nota en la cocina:" voy a la finca con la carpa", mejor - pensé- que sepan dónde estoy, que no se les ocurra llamar a la policía para que me busquen. De todas maneras, más que el fin de semana no iba a durar. Regresaría, manso como ya me conozco y todo volvería a ser como antes. El conflicto con mi familia me debilitaba y y sabía que no iba a aguantar mucho tiempo arreglándomelas sólo. Se reirían de mi rebeldía.                                                                                             Subí la cuesta de la colina, de tanta carga que llevaba me cansaba empujando el rodado con la mochila pesada en mi espalda, pero por fin llegaba a la cima, y otra vez la dificultad de la cuesta abajo frenando la bici. Y por fin llegué a la huella que conduce a la finca en la parte de atrás, donde están los bananos y los otros frutales. Mi tío se pone contento de saber que alguien de su familia disfruta de la finca, ya que él vive lejos y no puede venir muy seguido. Soy el único que le interesa, y más ahora que estaba por instalarme con carpa, era la primera vez que lo hacía. Llegué por fin al claro donde pensaba acampar, y estaba tan agotado que me eché sobre la hierba, dejando para luego el armado de la carpa , hacer un fueguito etcétera, no había apuro, ya que el día estaba caluroso y la noche se anunciaba tibia y sin nubes, podía hacer todo más tarde. No dejaba de pensar en Nicasio, iría más tarde a su casa a visitarlo, no quedaba tan lejos, y menos con la bicicleta. Lo invitaría a venir y visitar mi campamento, yo estaría orgulloso de mostrarle la carpa armada. Pero eso cambiaría mucho, el hombre no se conformaría con venir y mirar, iba a querer más, y como hace dos semanas, tampoco  le podría resistir.                                      Me quedé dormido, debía ser porque además la noche pasada casi no había conciliado el sueño pensando en lo que me había pasado y la ansiedad de la fuga.                                                          Desperté a la tardecita, a esa hora nunca había estado allí, cuando venía a trabajar nunca me quedaba hasta tan tarde; entonces una sensación de soledad me invadió, se me había ido esa búsqueda  de aventura, un temor vago e inútil,  tenía la necesidad de volver, pedir perdón, y estar de nuevo con mis cosas, con mi música. Decidí juntar todo de vuelta, no armar la carpa, y así aún plegada volver a ponerla en la parte trasera de la bici. Volver. Me disponía a hacerlo cuando desde el sendero se oyeron ramitas que se quebraban debido a pisadas, no sigilosas, como de alguien que venía paseando. No podía ser otro, cuando apareció lo miré  como si lo estaba esperando, claro, era lo más lógico, no vivía lejos y debía darse una vuelta por aquí cada tanto para buscar frutas, ya le había dicho una vez que venga y busque frutas cuando quiera. Él  no se sorprendió de verme.                                                                                                                                            "-Te estaba oliendo de lejos", dijo acercándose y acuclillándose como para ver lo que estaba  haciendo.                                                                                                                                                                                "-Quería acampar por una o dos noches", le dije.                                                                                                 "-Aquí solito?", preguntó sorprendido                                                                                                                          "-Si, por? No me diga que las víboras, que los tigres y todos esos cuentos.. pero igual... me vuelvo para mi casa".                                                                                                                                                               "-No es por nada, pero aquí de noche no es igual que como de día. No es por los animal. Están los de la aldea".                                                                                                                                                                    "- Son pacíficos", le dije.                                                                                                                                                    "-Vos decís, pero si te aparecen dos o tres aborigen medio tomados, y te ven así de tiernito, van a tener diversión la noche entera...no sé si vos querés eso...", decía mientras consideraba la poca ropa que llevaba puesta: apenas un  pantaloncito raído y una remerita descolorida y sin mangas, "-No." Y lo miré con desagrado. Por lo que yo sabía no eran malos.                                                               "-Y qué se te dio por  por pasar la noche acá..." me preguntó. Le expliqué la situación que había vivido, la golpiza del compañero de mi mamá, la falta de reacción de mi mamá y mi decisión de dejar la casa. "Pero me vuelvo, además me olvidé el encendedor, ni fuego me puedo hacer".          "-Por eso el ojo morado?"  "-Acordate que prometiste que me ibas a visitar!... Sabés qué? Vamos a mi casa... con todas tus cosas, y ponés la carpa ahí". Vio que dudaba y se levantó. "-Vamos... te ayudo, te llevo la mochila y el paquete ese que debe ser la carpa. Vos acarreás tu máquina.  Nos pusimos en marcha, Nicasio adelante con la mochila al hombro y la carpa bajo el brazo. Yo detrás empujando la bici, mientras observaba el torso moreno y la cintura amplia del hombre. Tenía sólo un pantalón puesto, semirroto y que le llegaba a la rodilla, y unas sandalias de plástico gastadas. Sabía que esta noche terminaría en su catre o él conmigo en mi carpa, sería difícil estando en su compañía que no ocurra eso. En eso había cambiado, antes me hubiera asustado al pensar que tal cosa pasara, ahora el corazón me latía fuerte. No me había masturbado durante varios días, yo que me pajeaba todos los días o casi, y al ver su cuello que tenía el doble del tamaño de mi femenino cuellito, empecé a ponerme duro,  casi no tenía  lugar para eso en mi pantaloncito, comenzaba a dolerme, y aún más viendo esos hombros en los cuales cabalgaba mi mochila, y que yo imaginaba que lo mordería en algún momento de la madrugada. 

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