I.- DEL DIARIO DE JONATHAN HARKER

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Pareció que durante todo el día vagábamos a través de un país que estaba lleno de toda clase de bellezas. A veces vimos pueblecitos o castillos en la cúspide de empinadas colinas, tales como se ven en los antiguos misales; algunas veces corrimos a la par de ríos y arroyuelos, que por el amplio y pedregoso margen a cada lado de ellos, parecían estar sujetos a grandes inundaciones. Se necesita gran cantidad de agua, con una corriente muy fuerte, para poder limpiar la orilla exterior de un río. En todas las estaciones había grupos de gente, algunas veces multitudes, y con toda clase de atuendos. Algunos de ellos eran exactamente iguales a los campesinos de mi país, o a los que había visto cuando atravesaba Francia y Alemania, con chaquetas cortas y sombreros redondos y pantalones hechos por ellos mismos; pero otros eran muy pintorescos. Las mujeres eran bonitas, excepto cuando uno se les acercaba, pues eran bastante gruesas alrededor de la cintura. Todas llevaban largas mangas blancas, y la mayor parte de ellas tenían anchos cinturones con un montón de flecos de algo que les colgaba como en los vestidos en un ballet, pero por supuesto que llevaban enaguas debajo de ellos. Las figuras más extrañas que vimos fueron los eslovacos, que eran más bárbaros que el resto, con sus amplios sombreros de vaquero, grandes pantalones bombachos y sucios, camisas blancas de lino y enormes y pesados cinturones de cuero, casi de un pie de ancho, completamente tachonados con clavos de hojalata. Usaban botas altas, con los pantalones metidos dentro de ellas, y tenían el pelo largo y negro, y bigotes negros y pesados. Eran muy pintorescos, pero no parecían simpáticos. En cualquier escenario se les reconocería inmediatamente como alguna vieja pandilla de bandoleros. Sin embargo, me dicen que son bastante inofensivos y, lo que es más, bastante tímidos.

Ya estaba anocheciendo cuando llegamos a Bistritz, que es una antigua localidad muy interesante. Como está prácticamente en la frontera, pues el paso de Borgo conduce desde ahí a Bucovina, ha tenido una existencia bastante agitada, y desde luego pueden verse las señales de ella. Hace cincuenta años se produjeron grandes incendios que causaron terribles estragos en cinco ocasiones diferentes. A comienzos del siglo XVII sufrió un sitio de tres semanas y perdió trece mil personas, y a las bajas de la guerra se agregaron las del hambre y las enfermedades.

El conde Drácula me había indicado que fuese al hotel Golden Krone, el cual, para mi gran satisfacción, era bastante anticuado, pues por supuesto, yo quería conocer todo lo que me fuese posible de las costumbres del país. Evidentemente me esperaban, pues cuando me acerqué a la puerta me encontré frente a una mujer ya entrada en años, de rostro alegre, vestida a la usanza campesina: ropa interior blanca con un doble delantal, por delante y por detrás, de tela vistosa, tan ajustado al cuerpo que no podía calificarse de modesto. Cuando me acerqué, ella se inclinó y dijo:

-¿El señor inglés?

-Sí -le respondí-: Jonathan Harker.

Ella sonrió y le dio algunas instrucciones a un hombre anciano en camisa de blancas mangas, que la había seguido hasta la puerta. El hombre se fue, pero regresó inmediatamente con una carta:

"Mi querido amigo: bienvenido a los Cárpatos. Lo estoy esperando ansiosamente. Duerma bien, esta noche. Mañana a las tres saldrá la diligencia para Bucovina; ya tiene un lugar reservado. En el desfiladero de Borgo mi carruaje lo estará esperando y lo traerá a mi casa. Espero que su viaje desde Londres haya transcurrido sin tropiezos, y que disfrute de su estancia en mi bello país. Su amigo,

DRÁCULA"

4 de mayo. Averigüé que mi posadero había recibido una carta del conde, ordenándole que asegurara el mejor lugar del coche para mí; pero al inquirir acerca de los detalles, se mostró un tanto reticente y pretendió no poder entender mi alemán. Esto no podía ser cierto, porque hasta esos momentos lo había entendido perfectamente; por lo menos respondía a mis preguntas exactamente como si las entendiera. Él y su mujer, la anciana que me había recibido, se miraron con temor. Él murmuró que el dinero le había sido enviado en una carta, y que era todo lo que sabía. Cuando le pregunté si conocía al Conde Drácula y si podía decirme algo de su castillo, tanto él como su mujer se persignaron, y diciendo que no sabían nada de nada, se negaron simplemente a decir nada más.

DRÁCULA BRAM STOKER (COMPLETO)Where stories live. Discover now