✽ Prólogo ✽

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Dos años después.

Febrero:

La música reventaba por las paredes de la guarida de los "Leopardos" sin importar que estaban a menos de cuatro días de tener uno de los partidos más importantes de la temporada.

Pero tampoco es que se pudiera frenar al equipo cuando se empeñaban en hacer una fiesta, lo difícil era no dejarse arrastrar.

Estaba sentada en el reposabrazos del sillón en medio del salón, carcajeando sobre una anécdota que Milan contaba. Las chicas a los lados se comenzaban a juntar como si estuvieran dispuestas a comenzar a golpearse entre sí, si alguien rebasaba la fila.

Honestamente era gracioso y Mackenzie disfrutaría mucho cobrar por besos de su hermano, si eso significaba tener dinero extra que no le doliera despilfarrar en alguna tienda de ropa.

—¿Cuánto tiempo crees que tarde alguien en caerse accidentalmente sobre sus piernas? —Me preguntó Thomson cubriéndose la boca con un vaso para que nadie pudiese leer sus labios.

—Menos de cinco minutos, mis apuestas van completa y enteramente a Delany.

—Tiene meses queriendo acercarse, espero que Milán no sea tan idiota con ella.

—Creo que es justamente por eso por lo que no le ha dado entrada —confesé—, le da miedo que alguien tan imponente esté a su lado.

—Le aterra enamorarse de la hija del entrenador. 

—Seamos honestos, viendo a tu entrenador, cualquier persona saldría huyendo.

Thomson carcajeó logrando que Milan disparara su atención hacia nosotros y arqueara una ceja, pidiendo que lo pusiéramos al día sobre el chiste no contado.

Negué con la cabeza, jalando a Mackenzie en el trayecto que se encontraba humillando por millonésima vez en la noche, a dos de los integrantes del equipo en un juego de Beer Pong.

—¡La pequeña Lawrence! —gritaron los chicos en cuanto me vieron—, llévate a medusa de aquí, por favor, apiádate de nuestra alma.

—Deja de torturar a los muchachos Mackie, suficientes golpes sufren en el campo.

—No es mi culpa que siempre intenten asumir que son mejores en estos juegos que nosotras, en lo único que nos superan, es en estupidez.

Amén.

Salimos del lugar entonces, las ultimas noches de Enero en Watson eran horribles, no nevaba, pero el frío era tan insoportable que te congelaba las articulaciones ni bien te tocaba la piel.

Y cómo la idiota que siempre he sido, había olvidado la chaqueta en casa y solo traía puesto un top sin mangas que me cubría nada más que el sostén.

—Te vas a congelar.

—Es un recordatorio de lo poco que me respeto.

—Y hablando de poco respeto —dijo mientras encendía un cigarrillo y me lo pasaba para que le diera una calada—, Milan quiere que vayamos a Stanford a verlo jugar.

—¿Qué punto tiene? Lo van a pasar en la televisión y detesto manejar en carretera.

—Dijo que podía prestarme la camioneta, yo puedo hacerlo.

—Mack, sabes que ni muerta iré a Stanford.

—Vale, déjame reformular, no era una pregunta, si yo tengo que arrastrarme muchas horas en carretera para ver cómo golpean el culo de mi hermano, tu también irás, porque hace un mes yo te acompañé a una conferencia aburridisima en Boston.

La bitácora romántica de TannerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora