24. Los 10 Minutos.

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Habíamos intentado jugar a los diez minutos muchas veces, pero el deseo de sentirnos ambos nos ganaba, está vez no fue así, ella quería tener todo el control de la situación y eso me encantaba, me encantaba que ella quisiera llevar las riendas, pero no así, no sin dejarme tocarla.

—Monja —gemí e intenté llevar ambas manos a su cintura.

Ella negó poniendo su mano en mis muñecas por encima de mi cabeza.

—Me —ahogó un gemido mordiendo su labio —me encanta ver la súplica en tus ojos, puto.

Sus palabras, esas palabras que salían en forma de gemido me encendían de tal manera haciendo que la cordura se fuera disipando totalmente.

—Déjame tocarte —no me importó suplicarla.

No me importaba suplicar por poder besarla, no me importaba suplicarla si era a ella.

—Solo cinco —encorvó la espalda —minutos.

Se movió más rápido haciendo que mi miembro palpitara más y más, su mano libre se colocó en mi pecho sin ejercer fuerza, miraba como su coño se amoldaba a la perfección a mi miembro aunque solo estuvieran frotándose.

Negué casi desesperado, odiaba y amaba este juego a partes iguales. Tenerla así, obligándome a no tocarla por diez minutos y cuando ese tiempo pasaba follarla de una manera que ambos quedábamos extasiados. Esa era la “chicha” del juego, sufrir por diez minutos y amar el resto del tiempo.

Nos miramos a los ojos y desviamos la mirada al teléfono encima de la cama. También se podía apreciar en su mirada las ganas que tenía de llegar a más, con eso solo no bastaba, pero aún así, aunque los dos muriésemos de ganas Arlet no paró.

3 minutos.

Ella apoyó su frente contra la mía.

En un susurro dijo: —ya no aguanto más.

Volví a intentar tocarla pero ella como si también se estuviera obligando apartó mis manos. Se levantó de encima de mí y volvió a coger mi miembro entre su mano derecha. Solté un gruñido al sentirse tan jodidamente bien. Fue entonces cuando medio exploté, cuando su boca volvió a hacer contacto con mi miembro. Mi mano por inercia iban hacia su cabello, pero ella la quitó y entonces el teléfono sonó, los minutos habían acabado, la tortura terminó y sin aguantar más levanté su cabeza y pegué mis labios a los suyos, no era un beso delicado, era un beso lleno de pasión, deseo y ganas. Mi mano se aferró a su cuello tumbándola en la cama.

Su mirada me lo dijo todo y yo no esperé más, la penetré con ganas haciendo que de sus labios saliera un gemido fuerte. Sus uñas se clavaron en mi piel.

—Joder, nena —gemí penetrándola más fuerte.

Ella también puso su mano en mi cuello y juntó sus labios con los míos en un beso feroz. Movió sus caderas haciendo el movimiento más rápido y excitante. De un empujón me sentó en la cama y se sentó encima, empezó con movimientos lentos, gemidos ahogados en mi hombro, en sus manos escabulléndose entre mi cabello.

—Eres mi perdición, monja —susurré contra sus labios.

Ella se dejó de mover por unos segundos, clavando su mirada en la mía, dibujando en sus labios una sonrisa delicada.

Yo no podía más, ya lo tenía todo.

Comenzó a moverse de nuevo, pero esta vez me tumbó hacia atrás y puso sus manos sobre mi pecho. Mis manos fueron hacia su culo y lo apreté con fuerza, dando una nalgada, haciendo que ella soltara gemidos más fuertes y roncos.

Llevé una de mis manos hacia su pecho izquierdo, acaricié su pezón con mi dedo pulgar, ella miró mi mano sin dejar de moverse mordiéndose el labio.

Eternos. +18 #3 ✔️Where stories live. Discover now