04 | Ya la hemos cagado

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Tristan

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Tristan

—¿Puedes dejar de venir a mi casa sin preguntarme antes?

Entré a su coche y él simplemente sonrió y lo puso en marcha apenas cerré la puerta.

—Son visitas sorpresa.

—No me gustan.

Se giró para mirarme y mordió su labio, intentando no reír. Aquel gesto tan propio de él me sacaba de quicio.

—Tampoco te gusto yo y aquí estás, siendo mi novio.

—Obstáculos que nos pone la vida para prepararnos para cosas mejores —respondí, encogiéndome de hombros.

—¿Es mi idea o intentas herirme con tus comentarios irónicos? Porque si es así, no vas a conseguirlo. Tienes que ver las redes sociales en este momento y mirarme. Me importa una mierda lo que digan de mí. Tú y todos los que están allá afuera —dijo, aún con la sonrisa en el rostro.

—Por supuesto que lo sé, por esa razón estamos haciendo esto —contesté, hastiado—. Conduce y calla. No quiero escucharte.

—Una lástima, porque el coche es mío y la música la escojo yo. Y adivina, me quiero tanto, que pondré una canción mía.

—De tu banda —le corregí.

—Las escribo yo, qué más da.

Y lo hizo. Puso una maldita canción de su banda, que sí, sabía muy bien que había escrito él.

Tal como había asegurado Caleb hace unos días, de Dominic podían decir muchísimas cosas e inventar unas cuántas otras, pero además de que nadie podía acusarlo de tener el hábito de consumir drogas, tampoco nadie podía negar su talento. A sus veinte años, el chico recibía constantes mensajes de grandes guitarristas que destacaban que era un maestro de la guitarra eléctrica y aseguraban que algún día se referirían a él como el Dios de ésta. Y aunque Dominic tenía conductas cuestionables y una personalidad que me parecía repudiable, para mí, él ya tocaba la guitarra como un puto Dios.

Muchos de los aprendizajes que yo había adquirido, se debían a mi tiempo en la banda y al que él destinaba a enseñarme. Y estando allí, los dos, éramos los únicos que realmente aportábamos algo de calidad. Fue una de las razones por las que había comenzado a creer que debía abandonarla. Yo sabía tocar la batería, el bajo, el teclado y la guitarra, y además, cantaba; no necesitaba quedarme en un lugar en el que ya no valía la pena estar y que empezaba a restarme más que sumarme. Él lo sabía, así como también sabía que perdía muchísimo con mi partida, porque aquello significaba tener todo el peso sobre los hombros.

Nunca había entendido su modo de operar. En cuanto a lo musical, éramos casi iguales, y en nuestras diferencias nos complementábamos a la perfección. Lo que significaba que él también podía hacer su carrera en solitario y tener incluso más éxito, si es que aquello era posible. Pero no lo hacía. Había decidido quedarse allí, en su zona de confort, con dos compañeros de banda que eran un cero a la izquierda.

Entre letras y notasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora