03 | Voy a darte dos opciones

Comenzar desde el principio
                                    

—No lo sé —repetí—. Solo quiero... Divertirme sin pensar en las consecuencias —agregué, recargándome en la silla—. No quiero pensar en lo que dirán de mí al día siguiente, incluso porque me fotografiaron comiendo... Yo qué sé, ¿helado de menta cuando usualmente escojo el de piña? Ahí afuera todo lo analizan. Todo lo observan. Y yo solo quiero vivir. Aprender de mis errores en el momento adecuado, no cuando el resto espera que lo haga, porque entonces, no veré nada, ¿lo entiendes? Ahora no veo nada —aseguré—. Solo hay niebla mientras voy a infinitos kilómetros por hora con la adrenalina corriendo gran parte del tiempo por mis venas. Y estoy bien así. Excepto ahora, que me estás deteniendo. No quiero que me detengas, mamá.

—Si no te detengo, terminaremos bajo tierra.

—Estaré un tiempo a menos velocidad. Caleb lo está solucionando y debo colaborar, por supuesto. Es un hombre controlador y firme. Es inteligente, está haciendo bien las cosas.

—¿Por qué no se está haciendo cargo tu representante? —preguntó papá, frunciendo el ceño.

—Porque Caleb tiene más experiencia en personas como yo —respondí, haciendo énfasis en las últimas palabras, tal como lo había dicho el representante de Tris.

—Personas como tú —repitió mamá, asintiendo lentamente, y comenzó a llorar. Y por acto reflejo, segundos después estaba a un lado de ella, de cuclillas, mirándola y acariciando su espalda, sintiendo culpa por primera vez.

—Mamá, por favor —susurré.

—Están comenzando a tratarte diferente —dijo, sollozando—. Antes te trataban distinto debido a lo grande que eras y a la familia a la que perteneces. Hoy es por tu actitud. Van a destruirte, Dominic. No estoy preparada para ver cómo destruyen a mi hijo frente a mis ojos.

Deseaba decirle que ojalá nunca hubiesen comenzado a tratarme diferente a los demás, a pesar de que aquello me había otorgado beneficios. Pero tal vez, si no hubiese sido así, yo habría sido uno más, pudiendo vivir en tranquilidad, haciendo música, divirtiéndome y ya. Sin embargo, sentía que mientras más atención y presión ponían en mí, más aceleraba. Era una motivación y un detonante al mismo tiempo. Un arma de doble filo.

Me puse de pie para ocupar la silla a su lado y la acurruqué en mi pecho. Sentí a papá acercar la suya para unirse. Y en ese instante, todo se sintió como debió ser siempre.

—No van a destruirme.

Mamá tomó distancia, secando sus lágrimas.

—¿Y si te dieron la droga por esa razón? Quizás querían verte caer. Nunca lo habías hecho, a pesar de todo eres un chico sano.

Suspiré y negué con mi cabeza repetidas veces, levantándome para alejarme.

—Quería hacerlo. No me trates como si fuese un niño al que ahora quieres proteger —dije con decisión, echando mi cabello hacia atrás—. Quería tomar esas pastillas, porque me pareció una buena idea. Lo disfruté, lo pasé bien y ya está. Nadie me obligó, mamá. Estás buscando excusas para creer que no soy lo que estás viendo aquí, frente a ti. Pero soy esto. Y soy la misma persona que aparece en ese estúpido periódico con la sonrisa enorme horas antes de causar el caos.

—¿Al menos te arrepientes?

Me reí por lo bajo, mordiendo mi labio inferior.

—No.

—Siéntate, Dominic —me exigió papá—. Aún hay cosas de las que hablar.

Obedecí, asintiendo, pero tomando mi lugar habitual.

—Los escucho.

Escribió algo en su celular y lo deslizó hacia mí. Era un sitio web de noticias. No presté atención al titular, pero sí a la foto que lo acompañaba. Tris dándome de comer una papa frita. Me eché a reír.

Entre letras y notasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora