𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗦

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Por alguna razón inexplicable, no me sentí atacada o molesta por su intromisión; era más como el abrazo que nunca me habían dado las personas que amé.

—No creo que pueda volver a estar bien.

—¿Por qué?

—Me traicionó la persona que más he amado, me traicionó tantas veces —Mis lágrimas comenzaron a empapar su suéter, pero a ella parecía no importarle—. Nunca pensé que él sería capaz de causarme tanto dolor.

Levantó mi mentón con sus finas manos, haciendo que nos miráramos a los ojos, y dijo:

—Todo tiene una razón, llora y vive tu dolor, pero no te culpes por decisiones que no están en tus manos. Todos somos pasajeros en el mundo de los demás, no le des más poder del que ya tiene sobre ti. El amor siempre vuelve, y de las personas menos esperadas.

—Pero mírame, ¿quién podría amarme o quererme? Ni siquiera mis padres biológicos quisieron estar en mi vida, ahora mi matrimonio se ha ido al carajo y ya no me gusta lo que veo en el espejo.

—¿Tu cuerpo te define como persona? ¿El daño que te causaron te define como persona? Dime.

—No, yo sé que no.

—Entonces enfócate en lo que tú amas y cura tus heridas con el amor que tienes para dar a otros, guarda tus sentimientos para ti. Tiempo al tiempo.

—¿Eso qué significa?

—Significa que... ya vendrá tu momento para amar y ser amada, ya llegará esa persona que te amará incluso en tu peor momento.

Aún no nos habíamos presentado, pero sus palabras eran un consuelo para mi mente que no paraba de torturarme por haber aumentado de peso y haber dejado de arreglarme desde que perdí el embarazo.

La abracé fuertemente, no quería soltarla. Estar cerca de ella se sentía familiar, como estar en casa. Me dolía tanto no tener a nadie con quien refugiarme, mis padres adoptivos habían fallecido en un accidente automovilístico meses antes de mi boda secreta con Adrián, y los extrañaba para seguir adelante.

Después de un rato de sentarme en una de las mesas que me ofreció, mi respiración se calmó, aunque mis ojos estaban hinchados y, por ende, mi vista era algo borrosa.

«Madison sigue en casa», recordé.

—¿Podría prestarme su teléfono? —pregunté avergonzada, cuando Mariana regresó con la taza de café en las manos.

En la bolsa de plástico donde venía la ropa había una tarjeta de presentación con su número telefónico: necesitaba llamarla y explicarle lo que había sucedido.

—Claro, tengo uno fijo en la cocina, acompáñame.

Al entrar, todo era muy distinto; una casa aparentemente espaciosa con detalles tradicionales de la cultura mexicana, que reconocí por un viaje previo con Adrián. Pero al estar embobada mirando, aplasté un pequeño juguete, el cual comenzó a emitir una canción, y me percaté de todos los demás que había en el suelo.

—Lo siento, Alberto es un poco destructivo al jugar.

—¿Su hijo?

—Nieto, soy vieja para tener otra criatura —rió con ironía y no pude evitar sonreír un poco.

Calculaba que tenía unos cincuenta años como máximo, pero su rostro sin muchas arrugas la hacía parecer aún más joven.

—Mi hija trabaja en el hospital, y yo cuido al bebé —agregó.

—Oh, entiendo, no haré ruido.

El pequeño estaba dormido en un sillón, sosteniendo un peluche de felpa que lo hacía ver más adorable, pero la canción que había hecho el juguete parecía querer despertarlo.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora