VII. Canciones de cuna y pajaritos de papel.

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Si estuvieras aquí podría preguntarte cómo es. Pero no estás. No estás.

Estabas aquí llenando todo de tu presencia, y ahora solo hay un vacío que no puedo más que abrazar para no olvidar que alguna vez estuviste tú. Ni siquiera mis propias experiencias bastan para hablar con propiedad sobre ti"

"He visto un campo de amapolas en la biblioteca. Eran manchas rojas entre el trigo verde en una miniatura sobre las cuatro estaciones.

Entonces recordé que a veces me decías que me veía como una flor y se me ocurrió que quizás nunca te entendí de verdad. Las únicas flores que he visto son las que se cultivan a puerta cerrada y bajo techo, o prensadas en un catálogo de botánica, cada una al lado de su nombre científico. No son flores que se admiren porque son bonitas o huelen bien. Son para ser ordenadas, descompuestas o usadas.

O puede que sí. Que te refirieras a mí como una de esas flores de invernadero. He crecido aquí, he sido fabricada aquí, igual que ellas.

Pero cuando vi esa miniatura quise pensar que no. Que para ti evocaba otras flores que no conozco."

"Hay un lugar, solo uno en toda Arlia, que no es parte del Dominio. Allá lejos, lejos, al noreste, en la península de Tamán. Es porque es todo montañas y acantilados rocosos, y es probable que no haya nada de interés allí. En algunos mapas ni siquiera sale. Pero, ¿y si hubiera algo? ¿Y si hubiera un valle oculto donde la Torre no pudiera entrar?

Pienso en ese lugar. No he visto ni el mar ni las montañas y no puedo imaginarlos, pero sigo insistiendo en darle una forma en mi mente, aunque su silueta en los mapas no me diga nada. ¿Qué flores crecerán allí?"

"A veces siento que sería más sencillo tomar una dosis de cicuta y acabar de una vez. No sé por qué hago lo que hago. Cada gesto es vacuo, cada día es un peso más en mi pecho.

¿Qué hago Amián?

Solo tengo palabras. Las palabras que me enseñaste a usar: mujer, amiga, amada, Antar. Pero ya no hay nadie que las reciba."

"Quiero salir de aquí. Es probable que muera fuera, pero quisiera morir bajo el cielo abierto. Quiero, no, voy a salir de aquí. Algún día. Por ti también. Por los dos. Aunque sea despedazada, saldré de aquí."

"Hoy el maestro me reclamó en su cuarto.

No es la primera vez. Pero aunque sean mil veces, cada vez cuesta más. Duele más.

Hay cosas que ya no puedo hacer. No sé cómo fui capaz alguna vez"

Cuando llegó a ese último párrafo Tiza se detuvo desgarrado. La letra era especialmente temblorosa y había algunos tachones y borrones de tinta. De solo mirar como estaban escritas aquellas sentencias podía escuchar el llanto de Antar o imaginar sus dientes apretados de forma obstinada, negándose a dejar salir ningún sonido.

La imaginó en el mismo estudio, sobre su camastro. Su cuerpo desnudo encogido sobre la cama mientras abrazaba sus rodillas y sus lágrimas resbalaban silenciosas por su rostro. No creía que Antar pudiera llorar como él lo había hecho en brazos de Hanú, a los gritos. Debió haberse contenido en medio de los frascos de formol y las paredes oscuras, sola, comunicándose en un diálogo sordo con el futuro a través de su diario.

El cuerpo de Tiza estaba tan en shock como su mente, frío y rígido. Se llevó las manos a la cara y cerró los ojos intentando descifrar su corazón, pero no logró mucho. Permaneció así un rato sin sacar nada en claro más que una honda tristeza irresoluble. Después se levantó, volvió a dejar el diario en el relleno del colchón, y decidió que por ese día ya había leído suficiente. Apagó la luz y se metió en la cama pensando que sería incapaz de dormir, pero debía estar muy agotado, porque el sueño no tardó en encontrarlo.

Camino de TizaWhere stories live. Discover now