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Adolorido, dio un paso corto.

—¡No puedes caminar todavía, Uriel! —le detuvo la caminata el hijo más pequeño del hombre que estaba cuidando de su herida y de su estadía temporal en el lugar. Sin duda alguna agradecía todo el trato y la comodidad que estaba recibiendo, pero el pequeño Qate solía ser muy sobre protector y casi nunca le dejaba mover un centímetro el tobillo envuelto en gasa y sello porque ya se activaba la preocupación en ese cachorro.

—Pero si no ejercito un poco no se corregirá el hueso.

—Qate, deja de molestar al chico, él podrá caminar un poco, pero tienes que asegurarte de no aplicar demasiado —se dirigió al moreno con una voz amable que todavía el pequeño no se acostumbraba, para tener diez años aparentemente, desconfiaba de todo.

—Es que estoy aburrido de estar echado sin tomar un poco de aire aparte del que pasa por las telas de esto —señaló la carpa arriba de su cabeza —¿Puedo tomar más aire?

Arlette asintió con afirmación. Entendía al cachorro humanoide de Fahira, ya había llegado el momento de que el niño conociera dónde se quedaría por un tiempo o si él decidiera permanecer el resto de su vida allí. Esperaba poder criarlo por los pocos años que le quedaba de niñez.

—¿Qué hace? —preguntó el muchacho cuando Arlette pasó su brazo por debajo de sus piernas y el otro lo posó en su espalda para cargarlo.

—No planeabas salir tú solo de aquí, ¿cierto? —como el niño se quedó con la boca cerrada, él sonrió y rio por lo bajo —Te tengo que cuidar, ¿sí?

El pelinegro salió de la carpa con Uriel en sus brazos de manera cuidadosa, cuando la luz del sol y el aire frío del invierno próximo llegaron al rostro del padre, hijo e invitado se sintieron plenamente bien. Uriel por inercia quiso comenzar a correr por todo el lugar y explorarlo a su antojo, pero su pierna herida no le iba a permitir el acto hasta que al menos pasaran un mes o tiempo limitado para que se curara por completo, era frustraste para un niño de su edad no poder gastar toda su energía en jugar y sentir la libertad que le daría su cuerpo. Era paciente y se sentía cómodo en la familia que lo había acogido por un tiempo, sí, pero por más que quisiera desconfiar de ellos, honestamente se quería dejar llevar por un poco de cariño que estaba recibiendo.

Extrañaba esa familia que lo trataba así.

Extrañaba estar con los sus suyos y tenía incertidumbre por no saber cuándo los volvería a ver o si siquiera los vería.

—Uriel, no sé si tu plan es quedarte después de que se cure tu pie, pero, mientras tanto quiero enseñarte lo que son los lobos y una familia. Quiero que te sientas en libertad de volver o quedarte si así lo deseas, ¿qué dices? ¿Nos darías la oportunidad de enseñarte qué son los vínculos? —le preguntó Arlette al niño en sus brazos con una sonrisa cálida.

—¡Los lobos somos geniales, Uriel! ¡Si prometes quedarte te juro que te enseñaré a ser un lobo perfecto! —Qate era el que más ilusionado estaba porque se quedará el joven de especie diferente y extraordinaria. Si este se quedaba, juraría que nunca estaría solo —¡Yo te voy a proteger, claro que sí!

—No te presiones a darnos una respuesta, toma todo con calma.

¿Qué sí se negaba? No, pero tenía miedo. Miedo a que lo abandonaran y lo dejaran a su suerte como hizo su manada, por ello mismo se dijo no confiar. Pero… ¿No estaría mal arriesgarse? No, claro que no. No perdería con conocer a los lobos y el aspecto familiar de estos, nada le quitarían más que un corazón que se negaba a abrir, sin embargo, tomar un riesgo no sería tan alto.

—Está bien...

—¡SÍÍÍ! —gritó y dio un salto el menor de Arlette —¡Verás que no te arrepentirás!

Vínculos finales. Libro#03. Final.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora