—¿Estás bien? —pregunta trayéndome a la realidad que deseo evitar, pero no puedo permitirme ser cobarde: debo enfrentar el pasado una vez más. Directa o indirectamente le hice daño a esta mujer, a su familia.

Soy como él.

—Sí —miento intentando apaciguar mi respiración mientras las extremidades se me entumecen y el dolor aumenta. Ella necesita hablar conmigo, no es momento de compararme con Patrick—. Continúa, por favor.

—Nuestra situación económica iba en decadencia. —Inclina su cabeza hacia delante, dejando que varios mechones rubios le cubran el rostro—. Yo quería buscar un trabajo, mis estudios terciarios pudieron haber servido, pero Ianis se negó.

Aaron dijo que él quería tratarla como reina.

—¿Por qué? —cuestiono deseando saber su versión.

—Mi esposo creció prometiéndose a sí mismo que jamás sería como sus padres, no sentiría desinterés hacia su familia, él la proveería y protegería. —Consigo ver la pequeña sonrisa que se le forma en los labios—. Estaba decidido a llevar el peso solo, prefería dejarse hundir con tal de mantenernos a flote. Nunca entendió que éramos un equipo, que yo necesitaba un compañero, no un mártir —suspira sentándose en el suelo, deslizando su pulcro camisón sobre algunas gotas de sangre—. Pero no tenía el corazón para reprocharle nada, simplemente hice lo que él anhelaba: dejarme cuidar.

La complejidad que presenta Ianis Miller va más allá de mi comprensión.

Es una triste ironía: en su intento de proteger a los demás, termina destruyéndose. Me recuerda a Takara, ella se frustra mucho cuando no puede ayudar a quienes ama.

—Fue mi peor error —agrega apartando la vista, intentando disimular aquellas reacciones corporales que aparecen cuando la desesperación nos controla, pero puedo notar cómo tiembla—. Acepté quedarme en casa mientras él comenzó a trabajar horas extras, desviviéndose para complacernos. —Un sollozo se le escapa—. Mi esposo firmó papeles que no entendía, fue manipulado bajo la ilusión de darnos una mejor vida.

Me tambaleo levemente, los vidrios penetran mi piel con profundidad ante el movimiento, esparciendo más sangre. Contengo cualquier jadeo que desee salir, ahogándolos.

—¿Patrick lo estafó? —consigo preguntar, mareado.

—Sí —susurra observando el escritorio a través de su cabello desaliñado.

Son demasiadas cosas para procesar.

El padre de Aaron trabajaba en la empresa del mío. Patrick, siendo millonario, no tuvo otra idea que estafarlo. ¿Por qué? ¿Cuál era la necesidad? ¿Qué buscaba? ¿Estaba haciendo algo ilícito y debía eliminar toda evidencia? ¿El señor Miller abandonó a Rebeca después? ¿No pudo soportar más peso, por eso huyó?

—Tus pies... —interrumpe mi desconcierto interno, mirando con atención el pequeño charco de sangre formándose alrededor de ellos—. ¡Dominik Evans, siéntate ahora mismo! —Apunta hacia aquel taburete, alarmada.

Obedezco sin dudarlo, deseando no ser regañado nuevamente. Retrocedo mientras mi cabeza da vueltas hasta que por fin choco contra el pequeño mueble, sentándome. Ella se levanta al instante, yendo directo en dirección a uno de los estantes, abriéndolo. Toma varias gasas, algodones, vendas y frascos con líquidos de dudosa procedencia, apretándolos entre sus brazos.

—¿Cómo ocurrió esto? —pregunta regresando a mí para enseguida arrodillarse, obteniendo mejor acceso—. Permiso. —Le entrego ambos pies con cierto recelo, mirándola. Rebeca los agarra sin mucho cuidado, luciendo decidida—. Seré rápida, dolerá menos... —Saca varios vidrios repentinamente, agarrándome desprevenido. Suelto un jadeo repleto de agonía—. Primero detendré el sangrado. —Toma algunas gasas, presionándolas sobre la zona afectada con fuerza. Aprieto los dientes hasta que, después de eternos segundos, me suelta—. Son demasiado profundas, dejarán cicatrices.

Odio Profundo |BL| ©Kde žijí příběhy. Začni objevovat