II. Desgraciado uno y desgraciado dos

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Coge la cara de Ally entre sus dedos y la aprieta.

—¿Has oído, rubita? —Le pregunta a ella—. Parece que aquí a nuestro amigo le gustas. Parece que le gustas lo suficiente como para dejar que le parta la cara por ir de héroe.

Le suelta la cara de golpe. Se levanta de encima de ella y da un paso en la dirección del tipo de negro. Pero se lo piensa mejor, recula y patea a ras del suelo en contra del cuerpo de Ally, que estaba apartándose de prisa, al mismo tiempo que devolvía su falda a su lugar.

Pego un chillido con todas mis fuerzas. Ese golpe ha sido el peor y yo, que no lo he sufrido, puedo sentir como se me resiente el cuerpo nada más por haberlo presenciado.

—¡Ally! —Grito desesperada.

Ally, adolorida, no se deja caer en el suelo del todo, si no que retrocede a duras penas arrastrándose sobre el suelo, buscando alejarse de ese repugnante tipejo.

Desesperada, busco al tipo de negro con la mirada, con toda la intención de suplicar que llame ya a la policía, que no deje que la siga agrediendo de esa forma. Pero no lo encuentro en el lugar que estaba. Se ha movido, lo ha hecho demasiado rápido, tanto que me he perdido el momento en el que lo ha hecho. Pero lo encuentro, está en frente del tipejo repugnante, y le está asestando los golpes que yo ardo en deseos por darle.

Todo pasa demasiado deprisa para mí, que me encuentro verdaderamente aturdida, hasta el momento en que veo la cara del desgraciado número uno cubierta de sangre. Me estremezco, un poco horrorizada. No estoy segura, no he visto muchas peleas como esa en mi vida, pero creo que puede acabar con él a ese ritmo.

En cuestión de segundos, dejo de ser sujetada con tanta presión y noto como el imbécil que me retenía me lanza lejos, provocando que aterrice de rodillas contra el asfalto. No me doy tiempo para sentir el dolor de los arañazos en las rodillas y en las palmas de las manos, cojo impulso y corro para llegar hasta Ally.

Ella se encuentra jadeante a un lado de la calle, su cara me deja ver lo adolorida que está. La abrazo con fuerza, ya que en algún momento llegué a pensar que no podría hacerlo nunca más.

—Ya está, ya acabó —le digo, peinando su pelo. Ella no me mira, mantiene sus ojos fijos en la pelea que está dándose a unos metros de nosotras—. Ey, Ally, mírame. Larguémonos ya.

Ni siquiera reacciona. Tomo su cara y la obligo a mirarme.

—Esos dos están locos, ese hombre quería violarte —le recuerdo, pensando qué quizá debido a la conmoción ha sido capaz de olvidarlo por un momento—. Son peligrosos, tenemos que alejarnos de aquí, ir a casa, llamar a la policía...

Sus ojos dejan de mirarme y vuelve a fijarlos en dirección a la pelea.

—Los va a matar... —masculla.

Arrugo la frente al oírla y me vuelvo para mirar lo que está sucediendo. La situación pinta muy mal. El tipo de negro tiene las manos llenas de sangre, lo que lo hace una escena grotesca, sumándole el hecho de que uno de ellos, el que está tendido en el suelo, tiene la cara llena de sangre y el otro, el que hasta hace unos minutos me tenía presa contra su cuerpo, está gritando adolorido de cara al suelo, con el tipo de negro encima, retorciendo sus brazos contra su espalda.

—Quizá ese ya esté muerto —dice Ally, con una voz casi inaudible, refiriéndose al asqueroso que la estaba agrediendo unos minutos atrás.

Vuelvo a mirarla y la encierro entre mis brazos, dándole un abrazo que siento que necesito darle antes de zarandearla. Me aparto y la tomo por los hombros, y la muevo con firmeza.

—Levántate y vámonos —le digo.

Toma mis manos para coger impulso y ponerse de pie, pero no camina. Está petrificada.

Nunca te fíes de un MillerWhere stories live. Discover now