VII | Misterio grabado en la piel

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Apoyó la cabeza en el pecho de él, escuchando el latido acelerado de su corazón. Entreabrió los ojos y observó su perfil sin discreción, aprovechando que él tenía la atención en otra cosa.

Su mandíbula cuadrada y marcada, parecía incluso más angulosa por culpa de las sombras que creaban las luces de las farolas al andar bajo ellas. La mirada verde hierba se veía más oscura de lo normal y tenía los labios dibujados en una línea recta.

Un sexto sentido que desconocía le advirtió cuando él se giró en su dirección y ella cerró los ojos con fuerza, haciéndose la dormida.

No entendía por qué había hecho eso, simplemente lo hizo.

Esa noche no podía soportar ver el desprecio reflejado en sus ojos cuando la miraba.

Al intentar quedarse dormida, acabó sucumbiendo al sueño.

No obstante, abrió los ojos de golpe cuando dejó de sentir los brazos en torno a su cuerpo y en su lugar sintió el colchón mullido, que se hundía bajo su peso.

Se despertó en el momento menos apropiado.

Frente a ella se encontró la imagen de la espalda desnuda de Orión.

En ese preciso instante, se estaba quitando la camisa blanca, dejando expuesta su piel.

Se le marcaban los músculos de los brazos al doblar la prenda y se fijo en que tensaba y destensaba los hombros.

Aunque lo que captó su atención fue la gran marca en forma de «V» que le surcaba la espalda desde la parte alta hasta la baja.

Sintió un nudo incómodo instalándose en el estómago al pensar en que el padre de Orión lo maltrataba y aquello eran las marcas de un castigo.

No le cabía en la cabeza cómo un padre podría llegar hacerle eso a su propio hijo.

A su parecer, eso no era propio de un padre sino de un monstruo.

No obstante, todas las preguntas y los comentarios que comenzó a maquinar en su cabeza se silenciaron cuando Orión le devolvió la mirada.

La recorrió de pies a cabeza con los ojos con una lentitud abrumadora. Cuando sus miradas se encontraron, Fayna se percató de que las pupilas de él estaban dilatadas, dejando que el negro invadiera el iris, desapareciendo el verde de él.

Orión empezó a acortar la distancia entre los dos sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

De manera inconsciente, la respiración se le agitó con cada nuevo centímetro que él acortaba.

—Dormiré en el sofá —soltó, tomándola por sorpresa—. Buenas noches, Fayna.

Ella hizo el amago de decir algo, pero ni siquiera le dio tiempo a pronunciar una sola palabra porque Orión ya había desaparecido de su habitación, cerrando la puerta detrás de él, dejándola sola una vez más.

Se dejó caer hacia atrás, girándose en el colchón para darle la espalda a la puerta y cerró los ojos con fuerza, intentando tragar todo lo que él despertaba en ella.

Intentando eludir el hecho de que por mucho que negase lo que sentía, era inservible.


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Yin. El bien dentro del malWhere stories live. Discover now