1. Diamantes

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Tres semanas, hace exactamente tres semanas que no me toca y trato de fingir que no me importa. Sus besos se volvieron fríos, él ni siquiera me mira, todo es fingido. Ya no tenemos ningún tema de conversación, lo poco que podíamos hablar se fue consumiendo lentamente. Incluso sobrevivir al desayuno se hace difícil.

Todo sigue siendo como lo acordamos, solo debo guardar las apariencias y conformarme con lo mucho que tengo y con lo poco que él me da. Todos creen que somos un matrimonio perfecto, aunque ambos sabemos que entre nosotros solo hay un acuerdo y sexo casual de vez en cuando.

Sexo casual... Eso no es suficiente.

Recorro el extenso y lujoso pasillo de la mansión y bajo las escaleras de mármol blanco. Vivo en un palacio, tengo dos o tres empleados a mi disposición, cambio el modelo de mi coche cada seis meses, obtengo lo que quiero, cuando quiero y como quiero, pero sigo sintiéndome vacía.

No tengo vida. No una vida real.

Llego al elegante comedor y las muchachas del servicio se mueven en sincronía para mover mi silla a un lado y servir el zumo de naranja en el vaso de vidrio.

—Buenos días, señora —murmura una de mis mucamas.

—Buenos días —digo sin ánimo alguno.

Señora Eggers, soy la señora Eggers. Esposa de un alemán millonario que vive en Londres.

Miro mi plato y frunzo el ceño al ver los trozos de frutas con semillas de diferentes tipos. No tengo ánimos de comer, solo bebo un poco de jugo y Adrien aparece en el salón luciendo ese traje gris.

Se acerca a mí y me da un casto beso en los labios. Es frío, seco, es ese beso fingido que nos damos siempre que hay alguien más observándonos.

—¿Cómo has amanecido? —pregunta, acariciando mi mejilla en un vago intento por parecer dulce.

Sonrío.

—Muy bien, cariño —respondo acorde a su tono—, ¿Cómo has amanecido tú?

Él responde vagamente como suele hacerlo todas las malditas mañanas. Yo finjo que oigo lo que dice y las mucamas recargan mi vaso con más zumo unas dos veces. Es aburrido, deplorable, insoportable.

Me siento más vacía que nunca.

—Recuerda que a medio día llegará la visita —Asiento con la cabeza.

—No se me olvida.

—Mi tío muere por conocerte.

No hay nada que decir con respecto a eso. Solo debo aceptar lo que sucederá. No puedo quejarme, no aún.

El familiar de Adrien estará unos días en la mansión, no lo conozco, no lo vi en la boda, pero sé que tiene mucho dinero, y lo único que quiero es agradarle. Tengo que preparar mis mejores máscaras.

Él se pone de pie una vez finalizado el desayuno, me besa otra vez en los labios, acaricia mi mejilla levemente con su dedo índice y se marcha por la puerta principal de la mansión.

—Recojan todo esto y luego preparen la habitación de invitados —ordeno en dirección a las mucamas que me ven como si fuese a morderlas.

—Sí, señora Eggers —responden ambas al mismo tiempo.

Me pongo de pie y salgo de la habitación. Es un lluvioso jueves por la mañana y no hay nada mejor que hacer. Tomaré mi coche e iré hacia alguna parte hasta el mediodía.

Salgo del centro comercial con ocho bolsas entre manos, no sé qué hora es exactamente, pero mi celular suena y estoy segura que es él mediante un corto, frío e inexpresivo mensaje.

PERFECTA 1. Dime que deseas © Deborah HirtWhere stories live. Discover now