Capítulo 18 La boda

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-¿Sabes que me pone a cien que puedas mantener el hechizo para calentar la habitación y hacer otros y todo eso sin varita y sin despeinarte? O quizá debería decir sin peinarte. Tu pelo parece ahora mismo un perfecto nido de cacatúa.

-Eh, ¿gracias? Admiro tu habilidad de halagar e insultar al mismo tiempo.

-Es algo natural, no intentes imitarme.

Ambos se ponen a reír tumbados en la cama, con la luz y el calor de la chimenea de fondo y las sábanas hechas jirones. Así llevaban dos días (¡y qué dos días!) con sus dos noches. Habían salido de la cabaña lo justo y necesario para compartir regalos con los demás, como habían quedado. Sialuk y Seth le habían regalado un teléfono móvil a Draco, como si fuera a rebajarse a utilizar más cachibaches muggles de los necesarios ¡Ilusos ellos! Que ahora viviese entre muggles no significaba que fuera uno de ellos. Sin embargo, agradeció el detalle. Sería un bonito recuerdo como pisapapeles. Draco le había regalado a Nilak una cazadora mágica, gracias a la compra por catálogo y un colgante con una lágrima negra con la que podías avisar a otro mago en caso de encontrarte en peligro simplemente diciendo su nombre. Draco había desarrollado una cierta paranoia con Nilak, pensaba que tarde o temprano descubrirían dónde se escondía y lo usarían como señuelo para llegar a él. No se lo había contado a él, por supuesto. Sin embargo, el regalo de Nilak había superado con creces sus expectativas. Una escoba. Pero aquello hubiera sido una broma con poca gracia si no fuera porque Nilak sabía que Draco no podía hacer magia, por ende, no podía volar en escoba sin ser detectado automáticamente por el Ministerio de Magia Británico, por lo que no era una escoba cualquiera. El moreno se las había ingeniado para que esta estuviera hechizada de tal manera que fuera indetectable, es decir, que Draco podía usarla sin ser enviado a Azkaban al momento. Aquello sí era un regalazo. Ni la primera escoba que le compraron sus padres con seis años le había hecho tanta ilusión.

Tras aquello, se habían encargado de fingir un dramático resfriado muy muy contagioso que les impedía irremediablemente ir a trabajar. Seth y Sialuk no se habían creído ninguna de sus actuaciones, por supuesto, pero habían hecho la vista gorda. Solo Seth le dijo a Nilak, por lo bajito, que más les valía estar listos y sanos (ejem) para la boda de Sialuk. Puesto que habían pasado 48h desde entonces, sólo tenían unas horitas más que debían invertir en dormir un poco, para estar decentes el día señalado.

Menos mal, a todo esto, que existían los hechizos de limpieza porque Draco no tenía tantos juegos de sábanas limpias. No había previsto ese uso intensivo. Y eso que se consideraba una persona de lo más pulcra. Crecer entre lujos exige el mismo nivel de higiene. Pero, en ese momento, Draco no puede prestar atención a esos detalles, pues Nilak está jugando con el lóbulo de su oreja, dejando mordisquitos y lengüetazos aquí y allá, lo que le está provocando escalofríos y una semierección.

-¿Sabes? También llevo un hechizo encima para no llevar gafas - dice dejando besitos poco inocentes por su piel.

-Mmmh... – suena como un ronroneo - ¿En serio? Me gustaría verte algún día con ellas. Seguro que estás de lo más interesante.

-Interesante seguro que sería - Nilak lo mira algo serio, fijamente a los ojos. El silencio solo se ve roto por las caricias de Draco en la espalda del otro, que sigue encima suyo, mirándolo intensamente. Draco empieza a preocuparse - No puedo perderte. – suelta a bocajarro.

No sabe a qué ha venido eso. Quizá esté pensando en sus enemigos, en la lista demasiado larga de gente que quiere verlo muerto, torturado o ambas. Nilak a veces se ponía dramático cual damisela.

-No es tan fácil deshacerse de mí, bomboncito.

-¿Bomboncito? - se carcajea - Esa palabra ha hecho que pierda media erección.

Draco en AlaskaWhere stories live. Discover now