Capítulo I

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Narrador.

Los menores bajaron del avión siendo la mexicana quien cargaba a la menor de todos hija de su hermana ecuatoriana. Ya habían llegado a España por lo que tenían que esperar ahora a los progenitores de la castaña de ojos verdes, su hija no podía encontrarse más desesperada. Antes de abordar el avión que los llevaría al país donde sus dichosos abuelos vivían fue advertida por su madre de que pasaría si se entraba de que hizo una travesura. La de cabello bicolor caminaba con pereza teniendo al peruano-estadounidense a su lado quien tampoco se encontraba de buen humor por estar allí, su madre antes de partir le había quitado la computadora y las tabletas electrónicas solo dejándole llevar su celular, para él era una completa tortura.

La de sangre chilena-alemana se dedicaba solo a mirar cualquier cosa en busca de dibujar algo que no le estaba funcionando ya que nada le parecía digno de dibujar en su cuaderno. A diferencia de sus primos mayores, ella estaba feliz de conocer a sus abuelos ya que su madre le había contado un sin fin de historias sobre ellos antes de ir al aeropuerto, eso la hacia sentir emocionada ya que tal vez podría dibujar a sus abuelos y después pintarlos junto a su padre para así ganarle la competencia que ellos habían acordado hacer cuando ella regresará a casa.

Por su parte la más pequeña de los cuatro solo le interesaba el ver finalmente a sus abuelos, su madre la bielorrusa también le había contado unas cuantas cosas sobre su abuela a la cual la albina tachaba de amable y cariñosa. Quería conocer a su abuela para confirmar si era tan dulce y amable como su madre había dicho, también quería saber acerca de su abuelo el cual su madre ecuatoriana le decía que era un loco. Ahora mismo era cargada por su tía ya que aún pensaban que era muy pequeña para hacer la cosas por si sola, eso le molestaba. Ella ya estaba lo suficientemente grande para hacer sus cosas sola, tenía, esperen a que termine de contar, uno, dos, tres, cuatro, cinco, SEIS años, ella estaba enorme y se consideraba una niña muy grande que puede hacer lo que quiera.

Aunque también le gustaba todo el cariño que sus madres le proporcionaban, pero ella era una niña grande. Ahora hablaremos de la mexicana la cual estaba muy emocionada de ver a sus padres otra vez, ella había sido la encargada de llevar a los retoños y no se quejaba, para ella era lo mejor que le había pasado pero claro que no iba sola, el estadounidense se encontraba a su lado sosteniendo las maletas. Su mejor amigo había sido el elegido para acompañarla en esa travesía como en los viejos tiempos cuando hacían su desmadre juntos o cuando su loco padre los llevaba de chicles a sus aventuras, para ella esa era su mejor época. Por que a pesar de que la italiana no fuera su verdadera madre la quería un chingo como ella suele decir, para la mexicana aquella chica castaña de ojos verdes y acento italiano era su madre de toda la vida.

Un auto negro enorme se encontraba estacionado a unos cuantos metros de donde estaban y podía reconocer perfectamente a quienes le pertenecían, un chico de cabellera castaña, ojos verdes acompañado siempre con una sonrisa amplia salió de aquel auto con su traje negro perfectamente planchado. Era Antonio, el hombre al que su padre le tenía mucha confianza. La mexicana sonrió yendo a abrazar al de cabellos castaños dejando a su mejor amigo rezando por que su suegro no estuviera en ese auto, sabía muy bien sobre el odio que el español le tenía por casarse con su hijita. Los menores se quedaron procesando la imagen con una ruso-mexicana mirando todo con sorpresa, después le diría a su padre.

- Por Dios estáis enorme muñequita de porcelana mexicana, ¿Donde están tus hermanos? - Exclamó el mayor.

- Pues tuvieron unos pedos y me mandaron con el gringo, estos son los retoños- Respondió la mujer de cabellos castaños mientras señalaba a los menores.

La de cabello bicolor no podía sentirse más nerviosa de lo que ya estaba mientras su madre sostenía una amena charla con el recién llegado, optó por acercarse a su tío y ella junto a Tahu le pidieron un helado para matar el aburrimiento, al estadounidense no le quedó más que aceptar también comprando unos para las más pequeñas quienes miraban todo el lugar. Finalmente metieron las maletas a la cajuela para emprender su camino rumbo a la casa de los abuelos pero ahora comiendo un helado de chocolate, la ruso-mexicana delineaba con delicadeza las orillas de la ventanilla del auto con sumo aburrimiento. A su lado estaba el peruano-estadounidense cargando a la menor de los primos quien se encontraba en su quinto sueño y la chilena-alemana dibujaba el trayecto para matar su aburrimiento.

Viviendo con los abuelos [Countryhumans]Where stories live. Discover now