20| La razón muere un poco cada día.

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Prendo el tercer cigarro de la tarde, con las facciones contraídas aún en una mueca de repulsión.

—Por favor, no me mires, Nolan —pido medio en broma, medio en serio—. Estoy en mi punto más bajo.

Él se echa a reír y me da la sensación de que presenciar mis fracasos y humillaciones le genera cierto placer retorcido.

—Ah, ¿te ríes?

—Estás haciendo toda una película por un beso —opina dándole un trago a su botella de agua.

Este ambiente, pese a no ser una sala de trauma lista para recibirme o un cementerio con una fosa ya lista y esperándome, me agrada, y me conformo. Es un mirador apartado de la carretera que lleva al centro de la ciudad. Es concurrido a finales de año, cuando la gente anda nostálgica y encuentra compañía en presenciar atardeceres coloridos. El césped ya no crece igual de tantas pisadas con los años, pero la vista se mantiene intacta.

Pasamos por unos refrigerios antes de venir aquí y tuve que ocultar mi rostro aún más después de dejar, muy sobrado, mi caja de cigarro y lata de sprite en el mostrador mientras Nolan colocó muy en silencio una botella de agua mineral. Claro, encima pagó por todo él. Justo cuando me ofrecí a pagar con mis cupones. Parezco un adicto sacado de la calle siendo usuario de la niconita y los azúcares procesados. No puedo evitarlo y en términos generales no me hace querer esconder la cabeza en la tierra como un avestruz, pero este es Nolan, el chico atlético y de hábitos ejemplares y disciplinados que tiene un futuro visto y claro, mientras yo, Rowan el de las malas ideas, se empina una botella de cero respeto por tu cuerpo y recuerdo que mi mayor hazaña hasta ahora es fingir que soy novio de mi mejor amigo.

Otra razón para sentir que, incluso sentados codo a codo en la parte trasera de su camioneta, riendo y presenciando el sol caer, Nolan se encuentra a kilómetros de distancia.

Ni el gas del refresco me borra a Zek de la boca.

—Ese bastardo me las va a pagar —prometo.

Entonces una duda novedosa azota la cabeza de Nolan.

—¿Fue ese tu primer beso? —consulta con voz cauta.

Casi me ahogo con el humo del cigarro y niego.

—Cielos, no. De haber sido Zek mi primer beso, créeme que ya me habría suicidado —aseguro, queriendo desechar el nombre (y labios) del imbécil de mi mejor amigo por un rato.

Él comprende, sin soltar del todo el tema.

—¿Haz salido con alguien antes? —Su interés es notorio—. Chicos, específicamente.

Así que Nolan busca saciar dudas. Debí robarme unas latas de cerveza o veneno para ratas, algo que me aligerara esta carga que traigo.

—No —respondo con sinceridad—. Ni novias con las que hacerme el hetero ni chicos con los que salir abiertamente del infame clóset —uso el termino para que se familiarice, aunque estoy dispuesto a desecharlo más adelante. Un par de recuerdos vagos y penosos me vienen a la mente—. Debo admitir que soy de besar primero. A pesar de no tener mi primera pareja, si he dado un par de besos.

Y arriesgandome a que crea que soy una zorra.

Nolan se deja ver asombrado, más no asqueado o con algún indicio de espanto. Él recibe la información y yo me muero por dentro de no saber que está haciendo con ella.

—Mi experiencia con las parejas es tanta como la que tengo con los cigarros..., o licor..., o alimentos procesados —parece más avergonzado por ser todo lo contrario a un dañado que yo por quedar como un fácil—. Es decir, a lo que me refiero es... —vacila—. Me mantuve tanto tiempo sumido en mis entrenamientos y estilo de vida que me privé de otras cosas igual de importantes.

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