Tracy Naví - El muro

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El guardia arrastraba a un chico que había intentado escapar del pueblo, este iba atado de pies y manos, y mientras luchaba por pararse y caminar iba recibiendo abucheos e insultos de la muchedumbre.

Llegaron al lugar donde sería anunciado su castigo frente a todos. El crímen era prácticamente inexistente en el pueblo, así que los pocos castigos que se impartían siempre era el destierro.

—¡Gente de Nobis! —Gritó el gobernante —¡Este hombre nos ha traicionado! Le emos dado todo lo que necesitaba con el sudor de nuestra frente ¿Y así es como nos agradece? Se ha querido escapar ¡Y con nuestra comida, nuestros abrigos, nuestras herramientas!

—¡Mira cómo has lastimado a tus padres! —Dijo el gobernante señalando a los padres del chico, quienes estaban mirándolo con decepción y rechazo.

—¿Qué castigo le espera? —Preguntó el gobernante a la gente.

—¡Destierro! ¡Destierro! —Respondieron.

Fuera de la multitud se encontraba Tracy, quien había salido a traer madera como de costumbre. Llevaba a su ave para que recibiera algo de Sol. Desde lejos observaba lo que le pasaba al chico. De pronto vió cómo los padres se iban del lugar dándole la espalda a su hijo incluso antes de escuchar la sentencia.

—Destierro, será entonces —Dijo el gobernante —Tu deseo se cumplirá, muchacho, te irás de aquí, pero antes, lo que es del pueblo, se queda en el pueblo.

Los guardias procedieron a quitarle su mochila, los abrigos y todo lo que llevaba consigo casi dejándolo en ropa interior.

—¡Un momento! —Gritó un joven pelirrojo que se abrió paso hacia el chico y los guardias.

—Enviarlo así al bosque sería una sentencia de muerte. Este chico es un miembro de nuestro pueblo, y por razones que no entendemos desea irse —Explicó el joven pelirrojo.

La multitud quedó enmudecida en espera de lo que el joven tenía qué decir. Y es que ese joven era Keith Landa, un héroe de la localidad. Los famosos Gemelos Landa eran muy respetados por todos, a tal punto de haber recibido privilegios dados por los altos mandos.

—¡El pueblo de Nobis no es una prisión, es un hogar! —Alegaba Keith —Abandonará su hogar, está bien, denle sus cosas y que la frialdad de la nieve, la oscuridad del bosque y el filo de las montañas se apiaden de él.

La multitud quedó confundida y murmurando entre sí.

—G-gracias —dijo el chico viendo con humildad a Keith.

Keith tomó las cosas del chico y se las devolvió. Además de eso, se sacó un gran cuchillo de su funda y se lo entregó al chico.

—Esta me ha salvado de muchas, espero te salve a ti —Dijo Keith.

El chico, con la mirada iluminada, recibió el cuchillo que tenía un hermoso mango blanco, hecho de una madera nunca vista en el pueblo.

Tracy solo observaba con su ave asomando su cabeza fuera del abrigo.

—Pero debes entender —Advirtió Keith con seriedad —Una vez que salgas jamás podrás volver. Hay un pueblo a las afueras de las montañas, pero no esperes que te reciban con los brazos abiertos. Una vez que pases ese muro, serás un extraño para nosotros, y si intentas volver serás tratado como un invasor, los guardias no dudarán en atacarte si te ven cerca. ¿Lo entiendes?

El chico guardó silencio un momento aún con el cuchillo de Keith en sus manos.

—Sí, lo entiendo —Respondió y se guardó el cuchillo.

Keith volteó a ver al gobernante esperando su aprobación. El gobernante suspiró con resignación, puso su mano en el hombro de Keith y dijo:

—Eres muy blando, muchacho. Pero está bien —Continuó el gobernante —¡Que el corazón de Keith sea una prueba más de la calidez de este hogar! Allá afuera no hay más que frío y sangre, pero si así lo desea este chico, pues adelante.

Los guardias llevaron al chico a la salida, abrieron las puertas del muro y este salió. El pueblo le empezó a insultar, uno de ellos le arrojó una roca que le alcanzó a dar en la cabeza. El chico no volteó a ver, y con la cabeza agachada siguió su camino, y las puertas se cerraron.

Tracy observaba con tristeza. De pronto, a su lado unos niños empezaron a hablar.

—Los cazadores se encargarán de él —Susurró uno de los niños.

—¿De qué hablas? —Preguntó el otro.

—No se lo vayas a contar a nadie —Advertía con seriedad —Es algo que solo algunos cazadores saben. ¿Recuerdas hace un año cuando aquél tipo también fue atrapado intentando escapar sobre el muro?

El otro niño asentó con la cabeza.

—Pues escuché a mi padre hablar sobre eso con otros cazadores. Recibieron órdenes desde arriba, debían cazar a ese tipo —Contaba el niño.

Tracy los escuchaba sin que se dieran cuenta, y aunque pensaba que solo eran historias que los niños inventaban, siguió escuchando.

—¿Por qué lo debían cazar? —Preguntó el otro.

—No sé, pero mi padre y los otros cazadores se repartieron el botín que obtuvieron del tipo, su abrigo, sus botas, todo —Contaba el niño —¿Recuerdas aquél collar que te mostré?

—Sí —Respondió el otro.

—Era de ese tipo, mi papá se lo quitó después de... —El niño pasó su dedo sobre su garganta dando a entender que lo asesinaron.

—¡Eres un mentiroso! solo quieres hacerte el interesante con el collar —Se burló el otro.

—¡Claro que no! —Contestó el niño empujando al otro para después ambos irse corriendo.

Tracy, aún con dudas, regresó a casa. Por la noche, acostada en su cama, recordó aquellas palabras: "Lo que es del pueblo, se queda en el pueblo", y finalmente se quedó dormida.

Más tarde en la madrugada unos ruidos la despertaron. Silenciosamente fue a observar qué era. En la cocina estaba su padre, parecía haber estado afuera pues su ropa estaba cubierta de nieve. De pronto la carita de Tracy se puso pálida, pues su padre entre sus manos tenía el cuchillo de Keith.

Tracy Naví - NecromundoWhere stories live. Discover now