Capítulo 17: Superlolo.

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—Ah, es que... Me golpeé la cabeza contra un casillero, pero ya estoy mejor —me excusé.

—No nos vengas con excusas, dear —me reclamó Antonella—. Hemos escuchado la pelea, ahora bien, ¿Dónde está tu hermano?

—No lo sé, traté de defenderle y Álvaro Salazar me golpeó sin descanso. Según yo, estará en el hospital ahora...

—Entonces no me interesa seguir hablando contigo, ¡Bye! —me contestó la líder de las divinas, yéndose sola.

—A mí sí, Sebastián —me consoló Luciana—. Espero que estés mejor.

—Muchas gracias —le sonreí—. Aunque en cierto momento Mario me agarró del cuello, dificultándome respirar, pero me soltó al final...

—Debió ser horrible... —la asiática trató de consolarme con un cálido abrazo.

Justo en ese instante, Tamara entró al baño y, al ver la escena, pude ver en su cara un cierto desagrado. Yo, a pesar de tal gesto, decidí saludar a mi amiga.

—Hola, Tamara... —hice un gesto en señal de saludo con mi mano izquierda.

—Hola, Sebas, lamento interrumpir... —se disculpó.

—No, no te preocupes, ¿Qué pasa? —cuestioné.

—Me gustaría hablar a solas —respondió, dirigiendo su mirada hacia Luciana.

—No pasa nada, lo entiendo, vámonos, Caterina —la divina se retiró junto a su amiga, lo cual me sorprendió ya que ni siquiera me había percatado de que esta seguía en la escena.

—No sé por dónde empezar... —comenzó a hablar con cierto tono avergonzado.

—Bueno, pues empieza desde el principio —traté de calmarla soltando un chiste más malo que la comida de mi madre.

—Me quería disculpar por mi actitud —agachó la cabeza en señal de vergüenza—. No debí creer a Barbie, si no a ti, pero dudaba que alguien pudiera mentir sobre un tema tan delicado...

—Bueno... yo... —dudé por unos segundos, pero luego suspiré y terminé aceptando sus disculpas—. Está bien, te perdono, ya que yo no soy rencoroso y quiero que seamos amigos.

—No merezco tu perdón... —varias lágrimas rodaban por sus mejillas—. Fui una estúpida...

—Todos cometemos errores, Tamara, no te preocupes, de hecho, estoy seguro de que yo cometo muchos más que tú —le consolé.

—Entonces... ¿Me perdonas? —esbozó una leve sonrisa.

—¡Claro! —exclamé y le di un abrazo, como una seña amistosa.

—Me alegra que podamos ser amigos —comentó, aceptando mi gesto.

—A mí también, me temía que no volviéramos a hablar... —noté como mis ojos se ponían llorosos, ya que soy una persona muy emocional.

—Yo también lo temía... —apretó su agarre y casi me asfixió.

—Vaya, vaya, ¡Quién os ha visto y quién os ve! —exclamó una voz similar a los sonidos que emite un conejo.

—Vete a cagar, Barbie, ¡Eres una mentirosa! —le remató Tamara, permitiéndome liberarme de su agarre.

—¿A qué has venido? —le pregunté a la recién llegada, con cierto malestar.

—A nada—sacó sus dientes y sonrió mezquinamente—. Solo quiero recordarte que esto no quedará así.

—¿Y qué vas a hacer? Antes deberías llamar la atención de tu padre —cuestioné en tono burlón, imitando su sonrisa similar a la de un conejo.

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