Capítulo 7: Orgullo

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—Vuestro acento... —recalcó Iryna—. ¿México?

Ambos sonrieron, orgullosos. Recordar su país parecía hacerles sentir dichosos, aunque podía intuirse una pizca de añoranza.

—Nos criamos allá —esclarecieron al unísono.

Ahora entendía los maquillajes de su rostro basados en La Catrina.

—¿Cómo habéis acabado en la mansión Boncraft? —interrogó, curiosa.

Quizás hacer aquella pregunta fue un tanto impertinente, ya que las caras de sospecha de ambos fue parpable para la joven. Tampoco sabía si era posible preguntar sobre sus vidas antes de ser unos aristócratas.

—Lo siento. No quise ser...

—Lo estábamos pasando muy mal allá —confesó Darío—. Pertenecimos a una banda, así que escapamos porque las cosas se salieron de madre. Vaas nos dió esta oportunidad.

«¿Oportunidad de qué?»

—¿Una banda? —inquirió ella, dubitativa.

Astrid soltó una risita. La observó con una expresión benevolente y dijo:

—¡Ay, chiquita! Espero que con la palabra «banda» no hubieras pensado de música.

—Eso ya es agua pasada. Será mejor no recordar —sentenció él—. Lo que nos importa ahora es El Club de los Aristócratas.

«¿Fueron criminales? ¿Narcotraficantes? ¿Qué clase de gente acoge Vaas Boncraft?».

—¿Tú por qué entraste a la mansión? —formuló Darío con suspicacia.

Su pregunta la pilló con la guardia baja. No esperó que quisiera saberlo. Tampoco podía decirle la verdadera razón por la que entró. Fue ahí cuando se acordó de la expresión utilizada de Isahia: «quid pro quo», algo por algo.

Los segundos aumentaban y no había respuesta por su parte. Ambos parecían desconfiar.

Hasta que concluyó:

—Porque lo perdí todo —respondió—. Ya no me quedaba nada por lo que sentir un ápice de aliento, hasta que oí hablar de la mansión Boncraft. Fue ahí cuándo recuperé mi oxígeno. Sentí que era mi única salida.

Pareció conmoverles su discurso. Se sintieron identificados.

Iryna se sintió aliviada.

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Al no haber juego, todos los Aristócratas deambulaban por la mansión. Algunos preferían estar tomando en el bar y otros se inclinaban por conversar en la sala de descanso junto a la chimenea. Tomaban vino y disfrutaban de la charla como si jamás hubieran acontecido un asesinato en primera línea hacía solo una hora.

Iryna prefirió chequear la mansión. Aprovechó su momento de soledad y tranquilidad para intentar hallar la videocámara de Arvel. Si la encontraba, sería una prueba suficiente para esclarecer que su gran amigo entró en ella.

Oyó una melodía de piano muy espléndida y agraciada. Aquello le cautivó y la invitó a seguir hacia dónde venía dicho fulgor. Caminó por los profundos pasillos, averiguando qué tan lejos podía encontrarse el piano de su posición. Para su sorpresa, contempló a Vaas Boncraft, danzando sus finos dedos sobre las teclas; sabiendo muy bien interpretar.

Se encontraba en una sala que simulaba un teatro. Cortinas rojas de terciopelo grueso decoraban el escenario junto a un gran piano de cola azabache.

La melodía sonaba muy intensa, quebrada a su vez, con identidad propia y significado para él. Era muy cautivador oírla.

El Club de los Aristócratas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora