II | Verdades a medias

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Esperó a ser la última en salir, lo que no era tarea difícil.

La gente deseaba que sonase ya que era la excusa perfecta para despejarse, aprovechar para ir a la fuente, salir con los amigos o simplemente pasearse por los pasillos y de esa forma estirar las piernas.

O al menos, eso era lo que hacían Fayna y ella cada vez que tenían oportunidad.

Estaba a punto de salir por la puerta cuando sintió su presencia detrás de ella. Giró sobre su propio eje, sorprendiendo al pelirrojo, quién la observaba fijamente, a pesar de lucir  un gesto de confusión en el rostro.

—Soy Leo.

Nashira lo recorrió de pies a cabeza en silencio, seguía sin darle buena espina. Salió del aula sin dirigirle una sola palabra y caminó hasta la unión de los dos edificios que conformaban su colegio mediante un puente, apoyándose en una de las columnas atenta a los pasos de Leo.

No tardó en localizarlo entre la multitud del pasillo, destacando gracias a su melena naranja sobre el resto.

Entrecerró los ojos al percatarse de los gestos que hacía: miraba por encima de su hombro cuando pensaba que nadie lo notaría. Había un aura de tensión que emanaba ante la forma de moverse en esos momentos para que, segundos después, cuando se daba cuenta de que no había nada a sus espaldas, esta desapareciera y volviera a mirar al frente con tranquilidad.

Otra persona no se hubiera alarmado demasiado ante ello, pero Nashira sabía captar su procedencia a la perfección.

Teniendo en cuenta que solo podían provenir de dos lugares, las posibilidades se reducían. Si sus intuiciones no fallaban, Leo podría ser tan mago como ella rubia, pensó para sus adentros. Teniendo en cuenta la larga trenza azabache que lucía con orgullo, ninguna de las afirmaciones anteriores era cierta.

Aunque nada de esto se lo podría decir a Fayna.

Sabía perfectamente que su mejor amiga tardaría cero coma en montar su propia investigación, exponiéndose a un peligro del que ni ella misma sería capaz de protegerla. Por lo menos, no saliendo con vida.

Era un riesgo innecesario que no estaba dispuesta a tomar.

Llevaba dieciocho años protegiéndola.

Dieciocho.

A Nashira nunca le había gustado ese número.

Para un mago, cumplir dieciocho años significaba obtener por completo las riendas de su vida. Sin embargo, para ellos, tenía un significado completamente opuesto. Cuando cumplían los dieciocho, sus vidas se pausaban; todas sus creencias, pensamientos y valores quedaban en un segundo plano para dejar salir a la luz su verdadero yo.

Nunca le gustaron los dieciocho cumpleaños. Las familias se separaban. Los amigos se convertían en enemigos. Todo pendía de un hilo tan fino que, con un paso en falso, su alrededor lograba desmoronarse por completo.

Ahora era su amistad con Fayna la que pendía de dicho hilo.

Era consciente de que, a estas alturas, las promesas que se hicieron de niñas no iban a ser más fuertes que su propia naturaleza.

No podía ser tan sencillo.

Jamás lo sería.

Y, aun así, pensaba disfrutar del poco tiempo que le quedaba a su lado.

Nashira retomó el camino hacia el baño. Delante de la puerta del servicio había varias chicas haciendo cola para entrar, caminó por delante de ellas sin inmutarse de las quejas y los insultos que le gritaban cuando tocó la puerta. Al no recibir respuesta del otro lado, cerró los ojos y agudizó el oído siendo capaz de escuchar el latido acelerado de su amiga junto a su respiración irregular.

Yin. El bien dentro del malWhere stories live. Discover now