Camila estaba empezando a superar —o acostumbrarse a— las habladurías de sus compañeros, profesores e incluso directivos, y a que todo el mundo guardara silencio cuando ella se acercaba. En un círculo tan cerrado como el de la alta sociedad caleña, guardar un secreto financiero o legal era casi imposible.
A lo que no se acostumbraba, y tal vez no se acostumbraría nunca, era a subirse en el huevito con llantas que su papá había intercambiado por la camioneta Mercedes Benz híbrida que todo el mundo se quedaba mirando y por la que chorreaban la baba.
A ese huevo con motor que usaban los pobres nadie lo miraba —¡gracias al cielo!— así nadie debía darse cuenta de qué tan bajo había caído el estatus de Camila y su familia. Pero en un colegio como en el que ella estudiaba, donde el alumno más humilde ya tenía garantizado su ingreso a cualquiera de las universidades de la Ivy League, un Chevrolet Spark modelo 2009 chillaba más que sirena lastimada.
Ya habían pasado los veinte minutos de espera después de la salida del colegio que había convenido con su papá, entonces Camila se escondió detrás de uno de los enormes arbustos que adornaban la entrada principal del recinto, buscó sus gafas negras dentro de su bolso, se las puso y ató su bonito cabello rubio castaño en un chongo en lo más alto de su cabeza. Agarró su maletín como si se tratara de un bebé y agradeció que su papá fuera una persona muy puntual, pues así no se exponía a que nadie la viera en esa pinta, o peor aún, subiéndose al huevo con stops.
Tan pronto el vehículo hizo aparición, Camila salió corriendo en las puntas de sus pies, tratando de volverse insonora e invisible y se subió al asiento del copiloto.
—¡Arranca, arranca, arranca! —afanó a su papá.
—¿Aún no te acostumbras?
—¿Alguien se puede acostumbrar a esto?
—Cuarenta millones de colombianos, mínimo... —respondió Sebastián con un tono alegre tratando de ponerle algo de buena energía a la situación.
—Las moscas aman el popó y eso no lo vuelve bueno —afirmó la joven arrugando la nariz.
Sebastián soltó una carcajada.
—¿Hoy te vas a ver con Thiago?
A Camila se le removió el estómago al escuchar el nombre de su novio —ex novio, desde unas horas atrás— pero trató de disimular la lágrima que luchaba por salir.
En solo un segundo la muchacha recordó lo peor que había vivido en su vida... Bueno, lo segundo peor si tenía en cuenta que su mamá era una delincuente prófuga que no había sido lo suficientemente inteligente como para proteger su patrimonio y el futuro de su familia, como todo buen ladrón de cuello blanco debería hacer.
El baño de niños y niñas se encontraba muy junto y por lo general eso era una ventaja para los encuentros a escondidas de las parejitas cuyas hormonas alborotadas y la presión de sus amigos los obligaba a volverse creativos para encontrar lugares donde poder toquetearse. Pero esa mañana dicha ventaja se convirtió en el caldo de cultivo perfecto para que Camila conociera a su novio realmente.
Y cualquiera podría pensar que lo encontró toqueteándose con alguna otra niña, que sería lo más común y, a esas alturas, tal vez lo menos doloroso para Camila, pero no. La vida no podía ponerle las cosas tan fáciles desde que el karma había decidido cobrarle quién sabe qué asunto pues desde hacía tres meses todo, absolutamente todo iba de mal en peor para ella. Era como un lento y doloroso descenso al infierno que no sabría cuándo se detendría.
—No, solo escondiéndome de Pardo por un rato... —Antes de salir del baño de mujeres, Camila escuchó la voz de su novio que provenía desde el baño de hombres, por lo que se quedó muy quieta parada junto a la puerta donde esperaba no ser vista por nadie y escuchar lo que se decía de ella.
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El infierno tiene un solo baño - ONC
Teen FictionCamila Pardo era una joven adinerada cuya vida perfecta envidiaríamos tú y yo. Casa de ensueño, amigas con estilo, un novio como sacado de una novela romántica, dueña de una belleza que querría cualquier princesa... ¡hasta el perro perfecto! Pero e...