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Una noche de verano, de esas en que la alta temperatura del día brota del asfalto aún a medianoche, Gabi Marqués, en aquel momento un joven de catorce años, fue al centro de la ciudad a encontrarse con sus amigos. Al llegar al lugar acordado, descubrió que ellos no estaban solos. Alex había invitado a la chica con la que salía en aquel momento. Bueno, en realidad, a una de las chicas con la que salía en aquel momento. Y, Clara, así se llamaba ella, había ido a la cita acompañada por dos amigas más.

Gabi, que desde siempre había contado con la habilidad innata para entrar en confianza con desconocidos, enseguida se adaptó al grupo ampliado y comenzó a conversar con naturalidad, entre el ir y venir de los autos por la calle, frente a ellos. Si bien, él había ido al centro creyendo que irían a tomar un helado, Alex les propuso de ir a su casa, que estaba vacía porque su padre se había ido a visitar a unos amigos a la costa y no volvería por dos días. Con la excusa de tomar algo fresco y mirar una película, los seis salieron rumbo a la casa.

Una vez en el lugar, en donde sólo los esperaba el silencio de la casa vacía, su amigo tomó un par de cervezas de la heladera y comenzó a servirlas en vasos para todos. Teniendo en cuenta que eran chicos de catorce años, y percibiendo también la cara de asombro de Julián, Gabi le preguntó si estaba seguro de lo que estaba haciendo. Tranquilo, no es la primera vez que voy a compartir una cerveza con Clara y sus amigas, y ahora, por suerte, con ustedes dos también, contestó Alex con una risa burlona. Así que todos comenzaron a beber y conversar.

Con el pasar de los minutos y la recarga de los vasos, las risas de todos eran cada vez más fuertes y largas. Al poco tiempo, estaban bailando con la música a todo volumen. Y, poco después, se habían dividido en tres parejas: Alex con Clara, cada vez más fogosos, estaban en el sillón besándose apasionadamente. Julián charlaba con una de las amigas, sentados a la mesa, mientras tomaban un café. Y Gabi seguía bailando con la otra amiga de Clara, quien en un momento determinado le preguntó dónde quedaba el baño. Es por allá, le indicó él mientras le señalaba el corredor. Acompáñame, le ordenó ella. Ok, te sigo hasta la puerta, contestó y la escoltó en silencio por el pasillo en penumbras.

Al llegar a la puerta del baño, Gabi se detuvo y le indicó que era esa. La chica lo miró, le sonrió y le tomó la mano, haciéndolo entrar con ella, y cerró la puerta. Sin decir palabras, comenzó a besarle el cuello, luego la boca, mientras una canilla goteaba a la par de ellos. Le quitó la remera y recorrió su espalda con las manos. Para él, eso que estaba sucediendo era totalmente nuevo y, tal vez, por inexperiencia o por la sorpresa de ser algo que no esperaba en ese momento, no hizo mucho más que quedarse quieto. Luego, la ávida joven le bajó el pantalón, dejándolo totalmente desnudo, y comenzó a desvestirse ella misma mientras él la miraba inmóvil. Cuando quedaron los dos desnudos, frente a frente, la atrevida chica le tomó la mano, haciendo que él le recorriera el cuerpo con las yemas de los dedos. Sin mucho más preámbulo y siguiendo ella con el dominio de la situación, se recostaron sobre el piso frío del baño y tuvieron sexo casi sin decir palabra alguna.

Al día siguiente, los tres amigos despertaron en la casa de Alex, encandilados por la claridad que entraba por la ventana que habían olvidado abierta. Las tres mujeres se habían marchado antes del amanecer. Gabi permaneció toda la mañana en silencio, desconcertado por todo lo que había vivido la noche anterior. Había algo que lo inquietaba, se sentía completo y vacío al mismo tiempo, invadido de culpa al no sentirse contento luego de haber tenido su primer encuentro sexual.


Un par de semanas después de la noche en casa de Alex, Gabi salió al centro, nuevamente, a encontrarse con sus amigos. Su padre le había prestado el auto, a pesar de ser menor para obtener la licencia de conductor y de tener poca experiencia al volante. Por ese motivo, llegó media hora antes al lugar en el que siempre se encontraban, confundido por la costumbre de calcular el tiempo andando a pie. Como era de esperarse, sus amigos aún no habían llegado, así que decidió quedarse ahí a esperarlos. Sentado en soledad en un banco de la plaza, mientras otros grupos de amigos reían a lo lejos, no hacía más que mirar a la gente pasar. Pero su soledad duró poco tiempo.

Menos de quince minutos después, un chico se sentó a su lado y comenzó a conversar con él. El tono enérgico que ese desconocido tenía para hablar le resultaba divertido y familiar, y se debía a que en cada una de sus oraciones podía sentir que se escuchaba a sí mismo. Definitivamente, ese chico que le contaba anécdotas sin parar de hablar se sintió como un alma gemela para Gabi y, quizá fue por ese motivo que, sin anunciárselo, encandilado por ese repentino sentimiento de bienestar, lo besó en la boca. Contrariamente a lo sucedido en la casa de Alex, Gabi se sintió con confianza, decidido a tomar la iniciativa. La atracción que le generaba ese muchacho de rasgos atractivos era totalmente diferente a lo que había sentido en aquel otro momento.

Lejos de intimidarse, el chico también se dejaba llevar por lo que estaba sucediendo en ese momento. La extrañeza de lo desconocido sumergió a Gabi en un estado de aislamiento que le hizo sentir que no había nada más que ellos dos en varios kilómetros a la redonda. El bullicio de los demás a lo lejos, el vaivén de los autos por la calle, la música del bar a media cuadra, todo se apagó de repente en su mente, mientras sus labios sentían el calor de la boca de ese chico que le había generado una horda de nuevas sensaciones, inmensamente superiores a las que, ni por asomo, le habían producido los besos de la amiga de Clara, aquella noche en casa de Alex.

Una pausa en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora