Parte única

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Los hijos de Cupido tienen la noble tarea de esparcir el sentimiento más puro sobre la faz de la Tierra, el primero que existió en el mundo, el amor. Con un arco y una flecha, devotamente, cumplen la función de guiar a los humanos hacia sus almas gemelas, de enlazar a aquellos que el hilo rojo invisible los ha unido desde sus nacimientos.

El creador del universo había puesto sumo cuidado en la protección de sus criaturas, los humanos, que aún siendo imperfectos, eran su creación más divina. Ningún otro ser podía gozar de los mismos beneficios que ellos, ni siquiera los arcángeles que cuidaban el paraíso, ni los ángeles de la guarda que acompañaban a estas criaturas durante toda su vida; ni siquiera los hijos de Cupido, quienes tenían que observar el regocijo de los humanos al compartir sus vidas con alguien más.

Ellos no estaban solos, aunque muchas veces lo sintieran así. Ellos no eran tan desgraciados como lo pensaban. En cambio, los celestiales tenían un destino solitario, aunque el brillo y la hermosura camuflara esta cruel realidad bajo gigantescas capas de perfección.

Tal vez quienes tenían la labor más irónica de todas eran los hijos de Cupido, ya que aquella flecha que lanzaban a los humanos nunca debía alcanzarlos, pues una vez lo hiciera, su existencia sería borrada del universo.

Para ellos, el amor era letal.

Cada hijo de Cupido tenía muy bien aprendidas las reglas básicas con respecto a su posición:

Un hijo de Cupido no busca su propio placer.

Un hijo de Cupido no envidia el destino de los demás.

Un hijo de Cupido no se enamora.

Así que, lo supo desde el inicio, era consciente de lo mal que estaba esto, pero aun así fue inevitable posar sus ojos sobre el deslumbrante ángel de tonos dorados.

KyungSoo era un hijo de Cupido y estaba enamorado.

Había roto una de las tres reglas sagradas, pero ya tenía suficiente de observar desde lejos a la criatura de figura esbelta y alas brillantes que revoloteaba junto a sus hermanos en el paraíso, ajeno a los sentimientos prohibidos que despertaba en él con su simple existencia.

Apartar la mirada de aquel ángel se había convertido en la tarea más difícil —quizá hasta imposible— que el hijo de Cupido enfrentaba cada día. Su pecho dolía al no poder alcanzarlo, pues estaba dictado así por el universo.

«Un hijo de cupido no se enamora», su mente le recordó, mientras su corazón traicionero intentaba salirse de su lugar para ir tras el precioso ángel.

Por cada sonrisa que este le daba a otro, una daga de amargura se incrustaba en el centro su cuerpo. Por cada mirada que ese ángel regalaba a otro ser que no fuera KyungSoo, la herida sangraba y quemaba en lo más profundo de su alma.

No tenía derecho a llenarse de celos, porque un hijo de Cupido no podía siquiera pensar en poseer a alguien. Tampoco debería desear intercambiar su lugar con el protegido de aquel celestial, todo para tener su atención solo para él; porque un hijo de Cupido no puede sentir envidia. Mucho menos debe atreverse a desarrollar sentimientos por otro ser, porque un hijo de Cupido no...

«¡Es suficiente!», cerró sus ojos con fuerza, deseando apagar esos pensamientos inútiles que solo le generaban más tristeza.

El pecado se introduce en la mente como una pequeña semilla, la cual se riega con nuestros más oscuros deseos, y termina germinando si es que no ha sido arrancada desde el inicio.

Así sucede con los pensamientos. Tan solo se necesita uno para desatar todos los demás.

Fue así que, el ángel, ignorando ser observado a lo lejos por un par de ojos egoístas y una mente llena de pensamientos que nunca fueron detenidos; continuó con sus actividades en el cielo, sonriendo y volando. Brillaba, entre todos era el que más lo hacía, incluso más que otros días, incluso más que el mismo sol.

I envy u ❝καιѕοο⁀➷ᵒ ˢWhere stories live. Discover now