Capítulo 5: Memorias sobre mañana

93 24 15
                                    


Mantuve un difuso silencio que significaba «continúa».

—Pero el motivo de mi llamada es otro, por lo que te pido me perdones, pues debo saltar a la parte crucial: tal como alcancé a anunciarte anoche en las cañerías, no nos conviene salir a las calles mientras la ciudad está despierta. Si se te ve durante el día, adonde quiera que mires habrá tantos dedos acusadores, que no hallaríamos manera de sortear la persecución y no quiero imaginar las proporciones del escándalo. Estás en boca de cientos de miles, quizá de millones.

—Ya veo. Mientras esté muerto, podré vivir. —Ahora estaba prefiriendo recibir la información ciegamente y sin pedir explicaciones, pues ya empezaba a entender que la verdad se me iría presentando paulatinamente a medida que yo siguiera las indicaciones del recluso.

—Podría decirse. Por la misma razón, deberás esperar unas seis horas o más antes de salir, lo cual te voy a explicar ya mismo.

—¿En tan solo tres horas estará oscuro?

—Son como las cinco y media de la tarde. Las nueve llamadas no contestadas me dieron a entender que aún dormías, ante lo cual me alegra que hayas logrado un sueño largo.

Efectivamente, la pantallita del vejestorio telefónico alumbraba en una esquina unos palitos que mostraban las 5:26 p. m. Accedí al menú de llamadas y allí estaban las nueve perdidas del recluso, algunas, desde distintos números.

—Bueno, sueño es una palabra que se me antoja cada vez más deforme... Dormí, aunque las pesadillas de siempre atormentaron mi remedo de descanso y, por si fuera poco, una nueva se sumó, aumentando el padecimiento.

—Lamento saber eso, aunque es bueno saber que tu cuerpo descansó, especialmente, porque necesitarás hacer uso de tanta energía como te sea posible para salir del dormitorio y emprender lo que viene. ¿Ya viste la puerta?

Mi silencio fue una especie de «¿qué crees, sabio desconocido?»

—Bien, si no lo notaste, dormiste sobre ella. Vas a abrirla, pero espera, por favor, a que vibre la alarma del teléfono. Está programada para después de la una de la madrugada. Es una hora prudente.

Me acerqué a la cama, curioso, e intenté levantar el esqueleto angosto de madera sobre el que descansaba el colchón, con todo y su tendido aún revuelto.

—Debes dejar a un lado el teléfono y levantar el costado con las dos manos. Cuidado con la espalda y cintura. —Su voz era agitada, parecía estar caminando rápido.

Activé el altavoz.

—¡Ya! —grité mientras me ponía en posición

—¡Shhh! Dobla solamente las rodillas. No la espalda, no la cintura. ¿Has visto a los pesistas?

—¿¡No puedo correr la cama simplemente!? —alegué mientras me volvía a erguir sin haber intentado levantar la cama.

—¿Qué parte de shhh no alcanzas a entender? El ruido de un mueble de madera contra el suelo no es algo que convenga a un muerto que necesita huir en silencio.

—Dudo que el rechinar de la cama contra el suelo llegue a ser más escandaloso que la balacera de anoche, además de nuestras pisadas contra un pavimento encharcado y qué decir del tono de timbre de este teléfono...

—¿El teléfono sonó? —Su sorpresa sonaba auténtica. —Supongo que Clara olvidó dejar activada solamente la vibración. Perdónala. De todas formas, no creo que el ruido haya llegado hasta afuera. En fin, debes levantar la cama desde el costado, de manera que logres apoyarla contra la pared.

Dormirán los fantasmasWhere stories live. Discover now