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—¡Majestad, majestad! —aludido, se le acercó un joven no más de catorce años al personaje que los estaba visitando en ese momento. Fue extrañó ver al propio rey visitando a sus súbditos, no lo veían desde que este fue coronado. Sin duda alguna era una grata sorpresa verlo allí sin guardias, solo y muy callado.

—¿Qué hace por aquí, majestad? ¿Qué lo hizo visitar ese pueblucho? —preguntó el carnicero del pueblo, era un hombre que ya pasaba de los sesenta años y aún seguía en labor.

Mucha gente comenzó a rodear al joven rey porque el simple hecho de tenerlo de visita, ya alertaba a toda la población. Aquella era una zona donde se especializaban en comercio, como era un sitio pequeño, no era costumbre tener de visita siquiera a nobles, mucho menos a su propio rey. No les molestaba su presencia, más bien se sintieron halagados de que una persona de su porte, su gobernante, los visitara en persona y sin ningún guardia a la vista.

Se sintieron realmente emocionados por su visita, tanto así que comenzaron a regalarle sus propias mercancías para que se llevara un dócil recuerdo del lugar, por muy poco entretenido que fuera.

Pero nada eso era lo que ellos pensaban.

Mientras que las ofrendas lo rodeaban, todas de diferentes tamaños, entre un elegante caballo negro, hasta tres pilares de pan de trigo. Había variedad en los regalos, puesto que pese a los pocos clientes que tenían, las mercancías eran excelentes para vender. Solo al rey le regalaron lo mejor. Lo veían como el propio dios, cosa que el mismo protagonista del alboroto negaba.

Quién veía a través de ese rey, era su propia pareja que también lo acompañaba en ese sitio. La escena había cambiado desde que la reina de Jumbel lo condenó.

Enit sin haber ocurrido nada, sabía perfectamente lo que estaba por suceder. Pronto esa sonrisa de los plebeyos y esa alegría de tener a su rey en presencia, se evaporaría en segundos. Ella tenía que alejarse de allí porque también podía ser arrastrada a esa miseria.

—Aléjate, corre ya —le advirtió el menor Sakan —Si te quedas más tiempo sabes qué te pasará.

La loba no pensó ni en protestar cuando ya había salido corriendo muy lejos del pueblo y del reino, no podía estar ni un milímetro de cerca porque también podía salir perjudicada. Era rápida, y gracias a sus dotes de su segundo cuerpo, pudo alejarse lo suficiente en minutos, no estaba ni tan lejos ni tan cerca para vislumbrar lo que estaba por comenzar. Aún desde la distancia podía ver cada fragmento de la escena de los plebeyos y el rey gracias a que el menor Sakan le permitió la mejor vista debido a que, en el lugar del sueño todo podía ser posible. Enit veía un pequeño cuadro que podía pasarse por televisor y de ese pequeño cuadro, Harchie Fire comenzó su trabajo.

Mientras que los habitantes le seguían regalando mercancía, el pelinegro de ojos azules con la calma que pudo obtener, levantó su brazo y sus ojos siguieron a este que apuntaban a un punto incierto, los plebeyos miraron el acto desconcertado cuando el rey movió su extremidad, no entendían qué estaba a punto de hacer, pero cuando el calor se intensificó a pesar de ser un día relativamente nublado, entendieron que el rey no quería ninguna ofrenda.

Todo el reino entero se vio envuelto en llamas cuando las lluvias evitaron caer. Después de que las llamas del castigo hicieron su acto de presencia, le siguieron como protagonista los gritos de los moribundos que eran devorados por el elemento de la purificación y castigo. Poco a poco las casas se fueron destruyendo porque pese a ser solo fuego que las quemaba, este era más potente que el común, algunas sobrevivían a ese elemento de la naturaleza, pero cuando era empleado por aquel que lo llevaba hasta de apellido, ningún ser iba a tener salvación por más milagro que se le presentara. Del reino no podía quedar absolutamente nada, ni siquiera cenizas.

Vínculos finales. Libro#03. Final.Where stories live. Discover now