Hace más de quinientos años, los vampiros y las brujas se asentaron en la ciudad de Estambul. Después de que ocurriera la mayor guerra de los siglos, estos quedaron separados en diferentes bandos. El bueno y el malo. Los buenos eran los que protegía...
-Intentaba atrapar una flor brillante.—bajó su mirada.
La pequeña colocó sus manos sobre la herida y cerró los ojos atrayendo todo su poder. Comenzó a sanar cada parte de ella sin dejar ni rastro. Con una sonrisa, lo miró de nuevo y apartó sus manos para que viera lo que había hecho.
-¡Listo!—exclamó alegre.
-¡Muchas gracias Eda!—la abrazó.
~☆~☆~☆~
Estaba claro que aquel Serkan que estaba frente a ella retorciéndose de dolor no era el mismo que conoció cuando era pequeña. Al tener ese recuerdo, sintió una gran angustia sobre su pecho y su consciencia comenzó a inquietarse. Rápidamente, cerró sus ojos haciendo que todo parara y cuando los abrió de nuevo, pudo ver como aún su cuerpo seguía inmóvil en el suelo. Tanto dolor lo había dejado tan débil que ni siquiera podía moverse.
-Para la próxima tenga más cuidado, Serkan Bolat.—desapareció sin dejar rastro.
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Tres días después...
-Eda, mira esto.—la llamó Selin.
-Aún tenemos que labrar el huerto y lavar la ropa en el lago. Estoy agotada.—cerró la puerta tras de si y caminó hacia ella.—¿Ocurre algo?—se agachó a su altura.
-Mira, tus flores favoritas están marchitas.—pasó la mano sobre ellas.—Es como si las hubieran quemado sin rastro de fuego.—comentó.
-La maldad.—murmuró.
-¿Cómo?—dijo confusa.
-Alguno de los Strigoi que nos atacó debió de tocarlas. Su maldad es tan fuerte que al tocar algo tan puro y bello las destruye.—explicó.—No os preocupéis pequeñas, haré que de nuevo volváis a estar hermosas.—se dirigió a las flores.
Lentamente cerró sus ojos y al posar una mano sobre ellas y deslizarla comenzaron a cobrar vida. Las hojas y pétalos secos se abrieron poco a poco dejando ver como en varias partes el color volvía y con ello también la vida. Ahora brillaban y lo hacían más que nunca.
-Son preciosas.—sonrío al verlas.
-Eda.—la llamó haciendo que la mirara.—¿Quieres decir que ese ser está suelto por ahí?—preguntó asustada.
-Si, pero no por mucho tiempo.—respondió.—El destino es algo que nadie puede cambiar por mucho que quiera.—se levantó y sacudió su vestido.—Vamos, tenemos muchas cosas que hacer.—esquivó el tema.
-Claro.—se levantó y caminó junto a ella.—¿Sabes? Te voy a extrañar mucho cuando vayas a irte a Frostenvale.—comentó.
-Pero si solo me voy durante varios días. Además, me iré dentro de dos semanas. Aún tendrás que soportarme.—se rio.