Capítulo 4: Negativos silenciosos.

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—No, no me gusta, tranquilo —me confirmó—. ¿A ti te gusta Pía?

—Seguro dice que no —murmuró su hermano.

—¿A mí? —le pregunté, nervioso—.. No, no, no, no... bueno, un poco...

—Uy, pues lástima que tenga pareja —me dijo, poniendo una cara de pena un tanto forzada.

—Ya, es una lástima que tenga pareja y que sea Mario —comenté.

—A mi me cae bien Mario —dijo Cecilio, tan bajo que casi era inaudible.

—Pues yo no le caigo bien —le dije—. ¿Te ha dicho algo de mí o de mi hermano?

—Pues yo creo que es muy controlador —comentó Lolo.

—Sí, pero solo un poco —respondió a Lolo y luego me respondió a mí—. No es mucho de hablar sobre sus sentimientos, solo dijo que os odia.

—Ay, Mario... —dije, mientras negaba con la cabeza.

—Chicos —nos dijo Lolo—. No quiero aguar la fiesta, pero será mejor que continuemos buscando información.

Álvaro
—Venga —dijo Alireza—. Que Álvaro haga la célula animal, yo haré la eucariota y que Madelaine haga la vegetal.

Mad tenía cara de preocupación, así que me acerqué a ella y le pregunté por su estado.

—¿Estás bien, Madelaine? —pregunté.

Alireza agarró la mano de la chica y formuló la misma pregunta.

—Sí... solo que lo que ha pasado... me ha hecho sentirme mal... —explicó.

—Es normal, pero todo ha pasado, que es lo importante, ¿sí? —le dije, con una sonrisa.

Alireza abrazó a Mad.

—Tengo que ir al baño —dijo, mientras se incorporaba—. Ahora vuelvo, zorros.

—Madelaine, no quiero que estés mal —le dije—. ¿Hay algo que pueda hacer para animarte?

—No es nada, en serio —contestó—. No tienes que hacer nada, Álvaro...

—No te creo, Mad, se que estás mal... —contesté, acercándome a ella.

Se escuchó como alguien entraba a la habitación. Era Mario, el cual al vernos, dijo:

—Vaya, Madelaine, no deberías estar tan cerca de Álvaro, quizá deba llamar a tu novio para que te rompa otra vez la cara...

—No, no, Mario, solo estamos haciendo el trabajo —le dijo Mad, nerviosa—. Déjanos en paz, por favor...

—Solo le estoy ayudando a pintar —pronuncié esas palabras mientras le miraba con odio—. ¿Qué problema tienes?

—Cállate —me respondió y, tras eso, me tiró de la silla y le pegó a Madelaine—. Tienes suerte de que no llame a Álvaro Salazar.

Me levanté y rápidamente le di un puñetazo, rompiéndole la nariz.

—¡Suerte tienes tú de que no te rompa la cara! —exclamé—. ¡Lárgate de aquí!

Afortunadamente, se asustó y se fue a otra habitación.

—Gracias, Álvaro —me agradeció—. No sé qué hubiera hecho sin ti...

—No se dan, daría lo que fuera por ayudarte... —respondí.

—¿Qué? —preguntó Madelaine, confundida.

Sin embargo, justo en ese momento, Alireza volvió del baño.

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