Capítulo dos

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En las leyendas irlandesas, existe el espíritu de una mujer que anuncia la muerte. Les dicen banshees, y los mitos afirman que tienen un grito sónico, tan fuerte que aturde a todos alrededor. Es doloroso, y quien lo oiga es lleno de pena y dolor al instante.

No sé quién escribió los mitos irlandeses, no sé en que se basan, pero quien haya sido, estoy segura de que nunca se cruzó con un maldito Nuberus.

No tengo la capacidad de comparar, en realidad. Nunca escuché a una banshee, pero soy bastante cercana a la muerte, por lo que creo no me afectaría tanto.  No es la muerte lo que me daña, es el después, aquella sensación de ahogo, los sentimientos encontrados, el sabor amargo en la garganta. El dolor, por otra parte...

El dolor es completamente tangible y humano.

Apenas pude terminar de hablar cuando el Nuberus gritó. El sonido agudo viajó por el aire, y fue como si una pinza gigante me tomara por el cráneo, presionando. Creo que no hubiera sido tan malo si en realidad hubiera lanzado una maldición hacia mi cuerpo. El sonido se convirtió en veneno, y ese veneno se inyectó en mi torrente sanguíneo. Lenguas de fuego me trepaban por el cuello y golpeaban entre mis ojos. Dolía.

Pero ya había pasado por las suficientes torturas para saber cómo bancármela. Me obligué a aguantar, y miré a Marianela, que estaba bastante sorprendida por mi repentino actuar. La verdad, yo también. Si me hubiera detenido a pensar un poco esa idea estúpida, me habría dado cuenta que no era algo sincero, por lo menos no en ese momento. Era una cobarde, y necesitaba huir. Estaba intentando escapar. Resultaba menos doloroso tener que enfrentarme a la secundaria antes de que a las historias.

Después de todo, Juan Cruz ya no estaba, pero ellos sí. Todo el tiempo.  Por eso gritaba ese duende insoportable.

一¿De verdad? ¡Ay, que contenta me pones, nena! Es una gran oportunidad, seguro la señora directora no tiene problema.

La portera fue la última gotita en el vaso. ¿Cómo le iba a decir que no? Iba a quedar terriblemente mal. Estaba atada de pies y manos. Reprimí una puteada y sonreí, pasando.

No te vas a escapar tan fácil. Tenés cosas que hacer aún.

Una serpiente helada se arrastró por mi columna vertebral al escuchar esa velada amenaza. Me giré, pero en el lugar donde había estado parado el Nuberus, solo había vacío.

Tragué. Hasta yo sabía que era una solución temporal. Pero la puta madre, ni siquiera era una solución. Solamente me estaba escapando de nuevo. Cosa muy inútil si considerábamos que el cuaderno de mi abuela seguía en casa. 

«Sos boluda, Lourdes.»

La seguí a Marianela con mi bicicleta a cuestas, y aproveché para ver un poquito la escuela. No había cambiado mucho. Habían pintado de nuevo y las paredes parecían no tener humedad. La escalera al segundo piso tenía baldosas nuevas. Las ventanas no eran vidrios limpios, eran empapelados de colores, afiches, carteles. Faltaban las sillas que a veces estaban tiradas por el patio mientras yo cursaba. El murmullo constante de los pibes se volvió silencio. Pero incluso si podía reconocer ese lugar, era otro. Sobre todo, me daba la sensación de que faltaban... Emociones. La escuela, para bien o para mal, me había regalado muchas cosas. Y ahora no tenía ninguna.

La había abandonado y ya no era mía. ¿Me pasaría lo mismo con todas las leyendas?

Una idea cruzó mi mente.

¿Me pasaría lo mismo con todas las leyendas?

No pude seguir y masticar más la idea en mi mente. Marianela me obligó a dejar mi bicicleta y me distraje. Enfrente de nosotras, había una puerta barnizada que conocía bastante bien. No por mí, sino por Ludmila. Cuando yo cursaba, había un director, bastante copado. Ahora había una directora.

Besos en La Boca · #1 Besos MágicosWhere stories live. Discover now