03 | La Madriguera

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03 | LA MADRIGUERA

—¡Ron! —reí y lloré—. ¡Nunca había estado tan feliz de verte!

Mi deseo de cumpleaños se había cumplido.

—¿Gracias?

—Ron, ¿cómo has logrado...? ¿Qué...? —
Harry se quedó boquiabierto al darse de dónde estaba. Ron sacaba la cabeza por la ventanilla trasera de un viejo coche de color azul turquesa que estaba detenido ¡ni más ni menos que en el aire!

Entonces miré al asiento delantero y volví a llorar al ver las sonrisas de Fred y George en los asientos delanteros.

—¿Todo bien, Pottercita?

—¡No, todo mal!

—¿Qué ha pasado? —preguntó Ron—. ¿Por qué no han contestado a mis cartas? Les he pedido unas doce veces que vinieran a mi casa a pasar unos días, y luego mi padre vino un día diciendo que les habían enviado un apercibimiento oficial por utilizar la magia delante de los muggles.

—¡No fuimos nosotros! Pero ¿cómo se enteró?

—Trabaja en el Ministerio —contestó Ron—. Saben que no podemos hacer ningún conjuro fuera del colegio.

—¡Que no fuimos nosotros! —sollocé. Me sentía tan estúpida pero no podía parar—. ¡Y nos lo dice el que viene en un coche flotante!

—¡Esto no cuenta! —se defendió—. Sólo lo hemos tomado prestado. Es de mi padre, nosotros no lo hemos encantado. Pero hacer magia delante de esos muggles con los que viven...

—No hemos sido nosotros, ya te lo dijimos —insistió Harry—. Pero es demasiado largo para explicarlo ahora. Mira, puedes decir en Hogwarts que los Dursley nos tienen encerrados y que no podremos volver al colegio, y está claro que no podemos utilizar la magia para escapar de aquí...

—Tío Vernon nos quitó nuestras varitas cuando llegamos, ¡incluso los libros! No podríamos hacer magia aunque quisiéramos —me quejé llorosa. Harry asintió.

—Además, el ministro pensaría que es la segunda vez que utilizamos conjuros en tres días, de forma que...

—Dejen de decir tonterías —interrumpió George, asomado entre los asientos ya que era Fred quien manejaba—. Hemos venido para llevarlos a casa con nosotros.

Podía jurar que habían ángeles sobre sus cabezas, cantando a coro.

—Oye, Pottercita, ¿podrías especificar si estás llorando de horror o de alegría? —escuché a Fred.

—¡De alegría, es de alegría! ¡Estoy feliz de convertirme en fugitiva!

—Vale, entonces ata esto a la reja si quieres salir —Ron me pasó una cuerda.

—Si los Dursley se despiertan, nos matarán —comentó Harry, ayudándome a atar la soga a uno de los barrotes.

—Harry, si no escapamos también moriremos. Mis tripas se están comiendo entre sí.

—Apártense, mellizos —dijo Fred—. Es hora de rescatar a la princesa y al príncipe.

Nos retiramos al fondo de la habitación, donde estaban nuestras lechuzas. Hedwig parecía haber comprendido que la situación era delicada y se mantenía inmóvil y en silencio, pero Stelle agitaba sus alas con emoción. El coche aceleró más y más, y de pronto, con un sonoro crujido, la reja se desprendió limpiamente de la ventana mientras el coche salía volando hacia el cielo. ¡Qué gloriosa se veía la libertad! Me sorbí los mocos, ansiosa.

Harry corrió a la ventana y me dijo que la reja había quedado colgando a sólo un metro del suelo. Entonces Ron fue recogiendo la cuerda hasta que tuvo la reja dentro del coche. Agudicé el oído preocupada, pero no oí ningún sonido que proviniera del dormitorio de los Dursley.

Mellizos Potter y la cámara secreta | HP [02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora