Cap 20: La culpa y los culpables (parte 1)

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2 de diciembre, Macht

La calle era ancha y sombría. No había casas a los lados y el suelo estaba húmedo. Olía a lluvia. Di una vuelta sobre mí misma y retrocedí al observar un amplio edificio rodeado de árboles que, juraría, no estaba ahí antes. Trastabillé hacia atrás algo intimidada y busqué con la mirada algo, un cartel, lo que sea que pudiera decirme dónde estaba.

"Centro de Psiquiatría de Breeze"

Fruncí mi ceño, ¿un psiquiátrico? ¿Breeze? ¿Sería el nombre de algún lugar?

De repente, de las puertas del edificio, salió una chica corriendo a toda velocidad, convirtiéndose en un borrón para mis ojos. Intenté detenerla colocándome en su camino, pero ella me esquivó como si una fuerza invisible la empujara hacia un lado. Cayó al suelo y quedó boca arriba, respirando con dificultad.

Me acerqué a ella. Su pelo rubio estaba por todo su rostro y vestía una larga camiseta de manga corta blanca, que en ella quedaba tal y como un vestido, sus piernas estaban cubiertas por unos vaqueros color negro y sus pies se encontraban descalzos, de un color violáceo.

Me agaché junto a ella y aparté algunos mechones de su corto pelo, quedándome congelada al identificar su cara: la tez pálida, los ojos de color avellana... Era yo.

Su, osea, mi mirada estaba perdida, dirigida hacia el cielo.

Me dejé caer junto a ella y la toqué con manos temblorosas, intentando hacerla reaccionar. Sus labios estaban entreabiertos y parecía que había dejado de respirar. Entonces, un hilo de sangre comenzó a descender desde su nariz hasta llegar al borde de su labio superior

—Asteria, ¡no, no, no! —negué con pánico. ¿Qué le pasaba? ¿Qué me pasaba?— ¡Recupérate, joder!

Por supuesto, no obtuve respuesta alguna de ella, ni siquiera logré captar su atención. Dijese lo que dijese, la chica frente a mí parecía estar dormida, sumida en un profundo trance del que no planeaba despertarse... No aún.

—¡Espabila, maldita sea! —Me estaba haciendo enfurecer. ¿A qué esperaba para comenzar a ver? Mantener los ojos abiertos no era suficiente—. ¡Vamos, levántate!

Golpeé el suelo gritando que se despertara, que tenía que incorporarse y levantarse. Con cada golpe el suelo se fue agrietando bajo nuestros cuepos y con cada grito una fisura se iba haciendo cada vez y más grande hasta que ambas caímos en un agujero negro, en un pozo lleno de oscuridad.

—¡Estrellita, viviremos! —susurró una voz antes de que finalmente despertara, con el corazón acelerado y con la respiración totalmente agitada.

¿Qué había sido aquella pesadilla? ¿Quién era Estrellita? ¿Y Breeze, qué sitio era ese?

Respiré profundamente y busqué con mi mano el teléfono, aunque solo encontré las suaves cobijas de mi cama y cojines...

Espera, ¿mi cama? ¿Mi dormitorio?

¿Acaso no me había dormido en el pasillo?

Me incorporé sobre el colchón, todavía tenía la misma ropa que ayer.

—Caminarías tan dormida que no lo recuerdas —me dije a mí misma, levantándome y cogiendo el móvil del suelo.

Apartando un mechón de pelo que se había quedado entre mis labios, lo encendí y dejé mi dedo suspendido sobre el ícono
de búsquedas.

¿De verdad estaba a punto de buscar Breeze?

Froté mi cara con frustración y acabé negando, solté el móvil contra le mesita de noche y me dejé caer de nuevo sobre la cama. Tan solo había sido una pesadilla, algo que mi mente había inventado. De hecho, ni si quiera estaba segura de que en aquel cartel pusiera Breeze.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora