Capítulo 1

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Cuando no tienes un lugar al cual poder huir, todos los sitios se vuelven ruidosos

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Cuando no tienes un lugar al cual poder huir, todos los sitios se vuelven ruidosos. Incluso si ese mismo espacio es tu cabeza.

Siempre me pregunté si podías huir de tus propios pensamientos. ¿Suena difícil, no es así? Para la mayoría puede serlo de esa manera, pero para mí ya no lo era. Descubrí que los lugares altos, que acaparaban la atención de cualquier persona que sufriera de acrofobia, se habían convertido en mi refugio. Como lo es sentirme segura ahora, estando en la cornisa de la escuela a 7 pisos de altura. Quizás se deba a que encontraba muerte cerca de la vida, o como yo le llamo: a encontrar vida al estar cerca de la muerte.

Todo se ve más pequeño, más insignificante; se siente cómo si todos tus pensamientos se disolvieran en una burbuja de jabón la cual se lleva el viento. No encontraba belleza en muchos sitios, pero tengo que admitir que desde esta altura todo se observa más simple, más real.

He estado viniendo a este lugar toda la semana por dos motivos en específico. El primero era porque me había hartado de almorzar en los baños abandonados de la escuela, y el segundo, que para mí es el más fuerte, es acabar con mi vida. ¿El motivo? Muchos, pero si tuviera que resumirlo en uno en específico, ese sería; cansancio. Había dormido únicamente un par de minutos en las últimas 27 horas, todo debido a mi inútil cerebro el cual no se puede desconectar con todo lo que tiene que pensar; La huida de Olivia hacia el extranjero y mi reciente inclusión en la casa de mi tío. Aunque en realidad, aquellos eran factores minúsculos a lo que incluso yo no puedo explicar.

Desde pequeña había sido de ese modo. Como si mi cerebro no pudiese procesar la información y de un momento a otro me dijera: «Dafne, agarra el cuchillo y corta tu muñeca». Suena aterrador si lo escuchas de una manera tan directa, no obstante, después de algún tiempo te vas acostumbrando.

Mi psicóloga lo había explicado como: Trastorno ansioso depresivo. Pero para mí no era más que porquería. Mi cabeza me estalla y el dolor en mi estomago es como si me llegara eso que nos visita a las mujeres cada mes. Claro, todo eso me sucedía cuando tenía "ataques", en los que iba a una esquina de cualquier habitación y me quedaba allí, sudando y llorando en voz baja.

Pero desde hacía una semana no me sucedían, y todo esto se debía al puente y la cornisa. Ahora estoy en el 22 de septiembre; la llegada del otoño. La fecha que, según la nota que dejé en mi casillero esta mañana, es el día de mi muerte. ¿Por qué esta fecha? Se preguntarán. Es la fecha que he estado pensando desde hacía ya un tiempo; 22 de septiembre del 2021. No hay nada más irónico que acabar con tu vida el mismo día que comenzó. ¿Qué sentido tiene seguir viviendo cuando claramente no lo deseas?

Es como si aguantaras las ganas de ir al baño teniéndolo en frente. ¿Por qué hacerte daño si puedes hacer pis ahora y sólo ahora?

Mientras me agarro del murete que sirve como barandal, observo hacia abajo. Ahí está el profesor cuyo apodo se ha hecho popular en los últimos meses; Pelicano, el mismo que camina como un flamenco. Se encuentra ahuyentando a todos los estudiantes que intentan tener sexo en el callejón entre la cafetería y el aula de matemáticas. Es absurdo como todos nos sumergimos en nuestro mundo e ignoramos lo que nos rodea. Sin embargo, no puedo decir que yo soy un punto aparte de ese grupo, porque cuando me aburro del espectáculo, decido cerrar los ojos y dejarme llevar por el viento, más mis manos no dejan de aferrarse a la despedida de mi muerte.

SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora