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El llanto de la madrugada propagó la zona como si fuera destinado a ser escuchado desde lejos, el nuevo ser nació, el milagro de la vida se hizo presente, y, la que le permitió el nacimiento, no se encontraba en su mejor momento.
            
Quería matar a aquel ser.
          
Su criatura lloraba por el calor de su madre, deseaba estar en brazos suaves y calientes cuanto antes porque no soportaba el frío del aire libre. Su madre en plena madrugada se alejó de todo aquel que pudiera, estaba en pleno parto y no quería recibir ayuda de nadie. No veía nada, pero se lograba ubicar con el olor de su alrededor. La loba corrió lo más lejos posible de su hogar para tener a su primerizo, no sabía cómo era que tenía la necesidad de alejarse, pero era un instinto que no podía negar, su bebé tenía que nacer en el bosque lejano, era una ley que no comprendía.
            
El parto duró más de lo que imaginó, parió sola y en pleno bosque sin ayuda, sin nada. El bebé por suerte, logró salir ileso de su vientre, este lloraba y lloraba tan fuerte que a la madre empezó a estresar porque no sabía qué hacer. Ser madre primeriza era un martirio, sabía que al tener a pequeño debía accionar por instinto, pero el verlo ahí, entre las flores de la reciente primavera, le hizo olvidar por qué tuvo a ese niño. Estuvo por tomarle y darle lo que necesitaba, sin embargo, un lado suyo, lejos de ser materno, quería despedazarlo, quería aniquilar a ese chiquillo que trajo al mundo. Estaba aterrada, no se podía acercar si tenía esas insaciables ganas de matar. Las uñas de sus manos se reemplazaron por las garras del lobo hambriento de poder, esa parte suya ansiaba destruir lo que su mente ciegamente daba a entender que era un enemigo, al que debía eliminar ahora que era un recién nacido.

Enit luchaba contra ese instinto de matar que por poco no se podía controlar, la loba se hizo presente cuando Enit se echaba hacia atrás para alejarse del niño llorón. El lobo dorado le gruñía al bebé que se estrujaba entre las flores, queriendo ahora alimento, cuantas ganas tenía de arrebatarle la vida, estaba envuelto en una rabia demente. La saliva gota a gota caía de su hocico debido a la furia que controlaba al cuerpo, estuvo a solo un paso de devorar al bebé de un solo mordisco, pero cuando le vio los ojos al infante, Enit entró en cordura. El lobo le permitía la vista, por lo que detalló el rostro de su hijo como cuál milagro fuese. El instinto de madre fue mucho más fuerte que las ansias territoriales del lobo, por fin obtuvo la fuerza para alejarse de su primogénito.
    
Pero al oír el llanto escandaloso del recién nacido, al lobo lo arribó unas ganas de aniquilar que no pudo parar. Se giró entre rugidos y fue a atacar a su presa indefensa, lo único que tenía que hacer era encestarle los colmillos en su cuello poco fuerte y así acabaría con su recién vida, y esa mordida mortal, pudo evitarse.
  
—Basta, por favor. Contrólate —le imploró el salvador.
   
Cuando los ojos del lobo vieron dónde había clavado los colmillos, Enit sintió espasmos por todo su cuerpo al cometer algo tan impuro en su vida. El brazo del defensor estaba casi destrozado y con grandes cantidades rojas derrochándose en el suelo cubierto de flores: ahora machistas por la sangre. Enit soltó el brazo al que casi le rompe el hueso y se alejó de un salto del hombre que no mostraba ni un ápice de dolor pese a la herida que tenía, pero pasado los segundos, era como si no lo hubiera herido. Su extremidad ahora estaba intacta gracias a la regeneración que le generaba su práctico cuerpo.
   
Anteriormente, cuando apenas sentían los dolores de parto, su acompañante insistentemente quería ayudarla en todo lo que pudiera, pero la loba estaba lo bastante enfurecida como aceptarlo. Para poder huir al lejano bosque, atacó ciegamente al hombre, en cualquier momento pudo ser arremetida, no obstante, por su estado de embarazo, él no tuvo el valor de siquiera tocarla. Simplemente se dejó herir, aunque después fue como si no le hubiera hecho nada,

Cuídalo, por favor cuídalo —suplicó la poca cordura que quedaba de Enit. A los ojos azules no le quedó de otra que asentir.

Desesperada, huyó lejos y dejó al bebé entre el bosque para salvarle la vida que recién comenzaba. No volvería hasta que lograra controlarse y poder ser una madre.
            
—Cuídate tú también... —susurró triste cuando la vio alejarse.
            
El recién nacido llamó su atención al empezar a llorar por el frío de la noche, el padre de inmediato fue a cargarlo y llevarlo a un lugar más caliente. Tener a ese bebé en sus brazos le hizo sentirse sobre protector con él, le dolía que llorara por su madre, pero no podía hacer nada más que darle el doble de afecto, ya que el de ella le faltaría. Solo esperaba que ese ataque de ira no durara años.          

Vínculos finales. Libro#03. Final.Where stories live. Discover now