I. Nuestro futuro

267 24 45
                                    

Es la primera vez que veo las estrellas con esta tranquilidad, pensó cuando lo envolvió el silencio que daba bienvenida a la noche. Ya no sonaban los grillos ni algún bicho que solía visitar su casa como un ritual para dejar su huella de vida.

Se sintió tan extrañado ante esa situación tan surrealista para él, era una tranquilidad tan extraña que incluso causaba miedo a su corazón. Miró detrás de él, vigilando que no había nadie observándolo desde las sombras o alguien buscándolo de manera desesperante, y se sintió agradecido de que lo único que tenía detrás de él, era una puerta semiabierta e iluminada, que esperaba la llegada de su esposa de aquel pueblo donde había crecido ella.

Se relajó cuando sintió el rozar del aire frio, pero fue entonces que se dio cuenta de que tenía los brazos protegiendo su cuerpo. Se estaba abrazando a si mismo por ese sentimiento que se asomó cuando volteó hacia atrás. Tragó con fuerza y soltó un suspiro para que su cuerpo se aliviara. Sacudió la cabeza y frotó su cara, entonces se dio cuenta de lo segundo, el fuerte frio que la noche traía y que, seguramente, le daría como regalo un regaño por parte de su esposa, solo porque él llevaba una camisa de tela delgada.

No le importaba mucho caer enfermo, siempre salía de eso en un día o menos, aunque cuando era joven podía salir de eso en un par de horas. Ahora, solo le importaba que su esposa no cayera enferma por la lluvia que se acercaba de la dirección del pueblo pequeño. No iba a permitirlo, no, cuando tenían esta vida tan calmada y soñada por él. No quería destruir la utopía que tanto le había costado construir por tantos años.

— ¡Len! —Escuchó la voz molesta de su esposa y en lugar de sentir miedo o enojo, sintió calidez en su pecho. La miró con una sonrisa a pesar de que ella tenía el ceño fruncido en su tan lindo rostro. — ¿Por qué no estás dentro? La lluvia está por...

Y sintió un escupitajo del cielo sobre su cara, un gesto burlón del cielo para su esposa. La lluvia había llegado a su casa junto con su esposa y lo había saludado como si fuera un viejo amigo.

— ¡La ropa! — Gritó su esposa con una crisis de no saber si correr por la ropa que habían lavado al medio día o dejar las cosas que había intercambiado por los trozos de madera que ellos habían cortado el día anterior. — ¡Len! — Lo regañó cuando él soltó una pequeña carcajada de verla de esa manera por la lluvia.

Se sentía tan feliz de vivir de esta manera tan simple y calmada.

— Iré por la ropa, tú deja las cosas dentro. — Le contestó tranquilamente corriendo por la ropa como un niño pequeño que no le importaba salir empapado por la lluvia. Ya se preocuparía de los regaños de su esposa más tarde.

— No vas a llevar la cesta de...— No terminó su oración. La chica de pelo negro se sobresaltó cuando escuchó caer un trueno contra el suelo y lo sintió temblar debajo de ella. Ni siquiera terminó su frase y corrió hacia su pequeña casa que estaba lejos de todo el mundo e incluso de los castigos de Dios.

Una casa que solo se caracterizaba de tener una chimenea humeando desde la primera noche que se alojó esa pareja, pero nadie se quejaba de ello. No había alguien quién pudiera ver a esa chimenea arder desde el exterior en las noches, así de lejos estaban del mundo exterior, al igual que expuestos de los peligros.

Ella entró a su casa y cerró la puerta con su cintura cuando vio que una pequeña porción del suelo estaba mojada por la lluvia, seguramente Len dejó la puerta abierta. Suspiró de cansancio y dejó las cosas que había conseguido por medio del trueque de madera sobre la mesa; rápidamente, se amarró su pelo con el palito de madera que estaba sobre la mesa de la cocina. Corrió hacia la ventana para asegurarse de que su esposo no necesitaba una mano para la ropa para encender la chimenea.

Mi oportunidad de vivirWhere stories live. Discover now