Capítulo 5: Mentiras

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—Iryna —pronunció con su hipnótico timbre de voz—. Si no estás hecha para mí mansión, me daré cuenta de ello. No me defraudes, bambi.

Ella enderezó su columna. Luego respondió, hostil.

—Tengo mucho interés en permanecer acá, señor Boncraft. El defraude no es algo que sostenga mi persona —dijo.

«Sobre todo para descubrir dónde demonios está Arvel y qué sucedió con él».

Dicho aquello, se marchó del despacho.

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Anduvo firme, con la cabeza alta, mostrando despreocupación. Aunque aquel semblante no le perduró mucho al girar la esquina y perderse de las miradas curiosas hacia su persona. Respiró fuerte y se contuvo las ganas de vomitar. Ni siquiera se veía capaz de echar lo que tragó, ya que, si lo hacía, intuía que Vaas se enteraría que su estómago no lo aceptó. Y lo que menos quería era hacerle notar que sus juegos macabros no eran plato de buen gusto.

—... ¿Crees que será una buena Aristócrata? —Oyó preguntar. La voz era varonil y provenía de una pequeña salita con la puerta entreabierta.

Ella husmeó en aquello.

Eran Astrid Salamanca y Darío Díaz, la pareja de novios. Siempre solían ir juntos a todas partes. Jamás se separaban.

—Deduzco que sí. Tiene fuerza y destreza. Ya la vimos jugar.

—Sí, pero me pregunto si Vaas opinará igual. Después de lo de Samuel, el amo no lleva muy bien las mentiras.

«¿Quién es Samuel», preguntó con interés para sus adentros.

—Samuel tampoco lo hizo bien, cariño. Mintió todo el tiempo. Fue astuto, buen jugador, pero un maldito mentiroso.

Darío soltó un suspiro.

—Si el amo descubre alguna mentira de Iryna...

—Eso sería su problema, no nuestro. De todas formas, no creo que esté mintiendo. Es muy competitiva y no ha demostrado ser alguien pusilánime.

El muchacho no estuvo de acuerdo con su postura.

—No te puedes guiar por la actitud de una persona; puede tener atributos muy buenos, pero estar escondiendo muchas cosas.

—No te quito razón en eso, Darío —admitió.

Él sonrió y se acercó a ella. La sostuvo del trasero y la posicionó encima de un pequeño sofá. La mirada deseosa del hombre delataba sus intenciones.

—Me gusta cuando me das la razón —concluyó él.

Lo próximo que escuchó fueron sus besos correspondidos y las respiración acelerada de ambos. Si permanecía mucho más tiempo fisgoneando, sería cómplice de un acto sexual del que no le apetecía acontecer. Se notaba la pasión entre ellos y, por los gemidos furtivos de Astrid, supo que Darío la estaba complaciendo de manera espléndida.

Iryna se alejó de allí con la intención de dejar de oír aquello.

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Aún mantenía la intriga de saber quién fue Samuel y por qué mintió a Vaas Boncraft. ¿Qué mentira fue tan descabellada y horrorosa como para desatar la furia de él?

No parecía ser un hombre que perdiera los estribos con facilidad, pero quizá su fibra sensible eran las mentiras. No soportaba a los embusteros. E Iryna tenía un grave problema con eso, pues persistía fingiendo todo el tiempo para averiguar qué se traían entre manos aquel club y por qué desapareció su íntimo amigo al entrar allí.

El Club de los Aristócratas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora