—Me tienes en ascuas. Suéltalo.

—Tienes un poco de anemia y el azúcar lo tienes bajo.

—¿Esas son las dos cosas? —interrumpo porque no puede ser. Me siento demasiado mal como para que sea solo esto.

—Ah, bueno entonces son tres cosas. —Tiene las bolas de reírse.

Por una parte eso me indica que la cosa no es grave. Por otra parte la quiero matar.

—Y entonces, ¿cuál es la tercera? —escupo con voz que expresa exactamente lo que siento.

—Felicitaciones, doctora. Está embarazada.

—¿Quééééééé?

Creo que se me van las luces por un momento.

De pronto me consigo como una estrella de mar sobre la cama, mirando el techo. Una vocecita lejana sale del receptor del celular. Con un brazo tembloroso lo levanto. Patricia está diciendo algo más, no sé qué. Mi cerebro hizo su maleta y se fue pa 'el coño de vacaciones. Solo atino a darle las gracias y trancar.

Me quedo un buen rato así, en silencio total.

—Bueno, a ver —me digo a mí misma—. La buena noticia es que no me estoy muriendo. La mala noticia es que otro bebé me va a matar.

¿Cómo coño pasó esto?

Obviamente sé cómo. La pregunta viene a mi mente es porque no pensé que a estas alturas de mi vida eso sería posible. Es cierto que dejé de usar anticonceptivos hace unos años porque me producen bastantes efectos secundarios. Y como mi esposo se la pasa viajando, no compartimos tanto tiempo juntos como para que el riesgo sea muy alto. Además, cada vez que hacemos el amor usamos condón.

Como si fuera un tocadiscos, mi mente selecciona la memoria de la última vez que lo hicimos y le da replay. Habíamos pasado eso de dos meses sin vernos y ganas sobraban. Intensas. Quizás demasiado vigorosas.

¿Será que no se puso el condón bien, o que se rompió?

—Lo mato.

Hace ya nueve años desde que tuve a Matías. Ni en mis sueños más disparatados me hubiera imaginado que saldría embarazada otra vez.

Y para rematar, ni con Martina ni con Matías tuve embarazos tranquilos o partos fáciles. Los dos fueron naturales y jamás he sentido tanto dolor como cuando les di a luz. Pero la cesárea es muy jodida con el cuerpo, incluso por más tiempo después del parto. Si tan solo pudiera dar a luz como por arte de magia...

Un sollozo se escapa de mi garganta.

Agarro el celular y marco el número de mi esposo. No me importa si está trabajando. Más vale que atienda.

—Mi reina, estoy ocupado con...

—¡Es tu culpa!

—¿El qué? —Otro sollozo revienta y le hace cambiar el tono—. Bárbara, ¿qué pasa? ¿Algo está mal?

—Sí, algo anda mal. Que estoy embarazada otra vez.

Del otro lado un silencio sepulcral gasta segundo tras segundo. De mi lado sale un hilo de expletivos que sonrojarían a un marinero.

—¡Di algo, pendejo!

—Este, la verdad no sé qué decir. —Le sale una risita trémula y nerviosa—. ¿Pero estás bien? Porque, es que, bueno... no estamos tan jovencitos como antes.

—Qué de bolas, ¿me lo vais a decir a mí? Yo soy la que va a tener que crecer todo un ser humano en su barriga y luego expulsarlo sin que me desgarre en dos en el proceso.

Oigo como se le sale el aire de los pulmones, seguido de un golpe. O se sentó abruptamente, o se cayó al suelo.

—¿Seguís ahí? —pregunto para cerciorarme.

—Sí. —Su voz suena ahogada—. ¿Hay algún riesgo para tí?

—No lo sé —refunfuño—. Tengo que pedir cita con el obstetra.

—¿Y lo quieres? —pregunta él con precaución—. Digo, porque yo quiero lo que tú quieras.

Tomo varios minutos para pensarlo, en los cuales mi marido espera con paciencia que nunca hubiera imaginado que tenía.

Sé que hay opciones, que a estas alturas de mi vida no hubiera querido empezar a criar un bebé de nuevo. Pero algo parecido me pasó por la cabeza cada vez que salí embarazada anteriormente. Que si estaba haciendo una maestría o un doctorado. Que si mi esposo estaba siempre de viaje. Que nunca era el momento.

Pero si no los hubiera tenido, Martina y Matías no estarían en nuestras vidas. No me las imagino sin ellos.

Mis ojos se deslizan hacia mi estómago. No hay señales visibles de que ya hay vida adentro. Deslizo mi mano sobre la superficie. Si Dios quiere que tenga otro terrorcito, así será. Su padre y yo nos las tendremos que arreglar.

—Sí, lo quiero.

Del otro lado de la línea, él suspira como con alivio.

—Pues... vamos a ser padres otra vez.

—Así parece. —Limpio una lágrima que baja por mi mejilla—. Quisiera tenerte aquí para coñasearte y besarte a la vez.

Le arranca una risa.

—Yo también quisiera que me coñasearas y me besaras a la vez. Me gusta cuando eres agresiva.

—Cochino.

—¿Yo? —Pone voz de inocencia exagerada—. Yo no soy la que me dejó la espalda y las nalgas arañadas la última vez.

Menos mal que no hay nadie aquí para que vea como me convierto en un semáforo en rojo de pies a cabezas.

—Que conste que yo no me preñé sola.

Su carcajada me contagia, y aunque hace unos minutos era un mar de lágrimas, ahora floto de alegría. Lo amo y sé que me ama. Juntos enfrentaremos lo que sea.

Después de terminar la llamada, lavo mi cara y bajo de nuevo. Tengo que terminar el cuento. Ahora que sé que no tengo una enfermedad grave, la historia sí va a tener final feliz de verdad.

 Ahora que sé que no tengo una enfermedad grave, la historia sí va a tener final feliz de verdad

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NOTA DE LA AUTORA:

✨ ¡¡¡SORPRESAAAA!!! ✨

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora