Demasiado pronto la Madre Esperanza sube al escenario y nos instruye a tomar nuestros puestos. Mis articulaciones de pronto está oxidadas, así se sienten mientras me dirijo hacia mi puesto.

Diego mantiene la mirada clavada al frente durante toda la ceremonia. Por una parte eso me hace la vida más fácil. Por otra me llena de arrechera.

«Mejor miro a mis papás».

Pero mami es un río de lágrimas y papi no parece estar en mucho mejor estado.

Mejor sigo el ejemplo de Diego, y de los caballos, de solo ver al frente.

Llega el momento de ir por mi diploma. Es como estar en un sueño donde sabes lo que va a pasar pero te sientes tan desconectado de los eventos que parece que estuvieras bajo el agua. Poso para la foto con la directora, me da un pequeño abrazo, logro no tropezarme al bajar del escenario.

Lo que me despierta del estupor son los gritos de mis papás. Meneo el diploma en el aire y ellos toman fotos con la cámara digital que papi compró para la ocasión.

Al regresar a mi silla, mis ojos se encuentran con los de Diego por un instante. Soy incapaz de descifrar lo que su mirada implica.

—Felicitaciones —dice él por lo bajito.

Me siento con más delicadeza de lo que mi uniforme de toda la vida requiere. Aclaro mi garganta.

—Igualmente.

No nos decimos más, ni cuando a él le dan un diploma junto con el resto del equipo de béisbol en agradecimiento por la excelente temporada, ni cuando a mí me dan el diploma de mejor estudiante de toda la clase.

En un abrir y cerrar de ojos termina la ceremonia. Todos nos fundimos en abrazos, hasta yo. Luis Miguel me consigue entre todo el gentío y extiende sus brazos para darme la opción de si quiero, o no.

Sí quiero. Lo abrazo a sabiendas de que este es otro adiós. Él irá por su camino, donde nunca le faltarán chamas que le echen los perros, y yo no seré una de esas otra vez.

—Espero que no perdamos el contacto —murmura en mi oído casi como si leyera mi mente.

Al despegarme de él, sonrío. Los dos sabemos que lo perderemos pero es bonito de su parte hacer el comentario. Por eso le miento.

—Claro que no.

—Yo también quiero abrazo —exclama su mejor amigo, Yakson, quien nos aprieta a los dos a la vez hasta casi sofocar.

—¡Bárbara!

La voz de Valentina me rescata de este sufrimiento. Como puedo me despego de ellos para unirme a mi amiga de la infancia, vuelta némesis, vuelta amiga de nuevo.

—Ven pa' que salgas en las fotos. —Bate una mano en gesto de que me apure.

—¿Segura? —La duda me entra al ver las caras gruñonas de Mafe y Aracely.

Termino saliendo en fotos con ellas donde todas sonreímos como si hubiéramos sido las mejores amigas de toda la vida. Al menos logro que papi me tome varias fotos con solo Valentina.

—¡Unas fotos en grupo! La sección 5A por aquí y la 5B por acá.

No sé de quién viene la voz pero sigo al río de gente de mi sección para posar a un lado del escenario. El papá de alguien parece estar a cargo con una cámara profesional del tamaño de un bebé, y que debe pesar lo mismo. Alguien ciñe su brazo al rededor de mis hombros y cuando me volteo para descubrir su identidad, casi me da un infarto.

Es Diego.

Capturan la primera foto en ese instante. Debo parecer una boba babeándose por él. Enfoco mi atención en la cámara para todo el resto de las fotos, a pesar de ser muy consciente del peso de su brazo sobre mis hombros, del olor de su colonia, del calor de su cuerpo pegado a mi costado.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now