—Ciertamente, estoy muy impresionado. Excelente trabajo —responde el otro.

De tanto sonreír ya me duele la cara.

—Muchas gracias a los dos. Espero poder asistir a sus clases en los próximos años.

—¡Ojalá que sí!

Nos despedimos con una cordialidad de película. Me asomo por las escaleras hasta asegurarme de que no están en toda la vecindad.

Y finalmente reviento de alegría.

—¡Sííííííííí!

—¿Saliste bien? —Valentina se acerca a mí con cuidado a modo de domador de bestias aproximándose a la jaula.

Me arreglando de ella como un koala.

—¡Lo partí! —Para su crédito no se espanta a pesar de que grité en su oído.

—¡Felicitaciones! ¡Eres libre! —Me estruja con fuerza y le devuelvo el gesto.

Para mi sorpresa algunos otros me felicitan también. Luis Miguel es uno de ellos. Me da un abrazo de muy corta duración porque en eso lo llaman a pasar al salón.

—¡Buena suerte! —le deseo.

Él se encoge un poco pero me lo agradece y se va a la carga.

Así pasa el resto de la mañana. Me uno a la banca de porristas aupando a cada alumno cuyo nombre es llamado para presentar, felicitando a los que salen, así no hayan tenido calificaciones estelares.

Cuando llega la hora de la salida, la última después de trece años, todos nos abrazamos los unos a los otros como si esta fuera la despedida. Todavía queda la graduación este viernes, pero esto se siente como un punto y final.

Al único al que no abrazo es a Diego. Él se ha mantenido tan a raya de todos los demás que ni las chamas empepadas de mi salón o del otro se atreven a acercarse.

Eso cambia cuando mi mamá y la señora Moira entran al colegio agarradas de brazos.

—¡Bárbara!

—¡Diego!

Oh, no. ¿Qué es este combo?

Intercambio una mirada con Diego, quien comparte la misma confusión.

—Decidimos celebrar todos juntos. —Mi mamá se ve radiante de orgullo ante la idea.

—Define todos juntos —pido yo.

—Nosotros —dice girando el dedo índice en el aire para encompasar a los presentes—, más el profesor de Educación Física, Gabriela, Sócrates y Dayana, y también Violeta, sus hijas y Salomón. ¿Qué te parece?

Soy incapaz de decir la verdad, de que me parece la peor idea que he oído en mi vida. Especialmente cuando la señora Moira parece reventar de la alegría ante el prospecto.

Así termino en Mi Vaquita, un restaurante caro y muy popular de la ciudad. Tuvieron que juntar varias mesas para que cupiéramos las doce personas. La bulla no es lo peor, sino que de alguna forma u otra quedé sentada al lado de nada más y nada menos que Diego.

Al menos del opuesto tengo a Dayana para que me mantenga cuerda. Excepto que a su otro lado está su hermano, quien no para de echarle vaina.

Frente a mí, Valentina levanta las cejas en plan «¿qué te pica?». La respuesta es todo. Ese es el efecto que causa la cercanía a este chamo.

—Permiso, permiso —anuncia mi papá dándole golpecitos a un vaso de vidrio con un tenedor hasta que baja el volumen y nos callamos—. Quiero aprovechar la ocasión para decir algunas palabras.

—Trágame tierra —murmuro, a sabiendas de antemano de que esto no me va a gustar.

—Obviamente estoy sumamente orgulloso de mi hijita —aclama mi papá con ojos aguados y brillantes—. Todavía me acuerdo del primer día de clase, cuando todavía me rogaba que la cambiara de colegio.

—Papá, por favor...

Mis ruegos caen en oídos sordos.

—Pero hoy termina con éxito su último año escolar. Pronto será bachiller e irá a la universidad, y cuando haga así —dice mientras pestañea de forma exagerada—, se casará y tendrá su propia familia.

—Soy testigo —agrega mi tío Sócrates señalando con el mentón hacia su hijo.

¿Será que esto acaba?

—Así que por el momento quiero celebrar que todavía es mi niñita, y que estoy que reviento de orgullo de ser su papá. ¡Salud! —Levanta un vaso con cerveza y todos le siguen la corriente.

Menos yo. Me quiero morir tanto de la pena como del sentimiento.

Todavía recuerdo su sonrisa bobalicona desde el carro, meneando la mano para despedirse de mí mientras yo caminaba hacia el portón para empezar el primer día de mi último año en el colegio.

A mi mamá se le escapan unas lagrimitas que se limpia con la servilleta. Contagiada de emociones, la señora Moira se levanta y a mi lado Diego se tensa.

—Yo también quiero decir algunas palabras. —Hace falta mucho menos incitación a la calma esta vez—. Quiero darles las gracias a todos por acoger a Dieguito y a mí durante este año. Personalmente para nosotros ha sido duro, pero todos ustedes lo han hecho mucho mejor.

Entre mi mamá y mi tía lanzan suficientes palabras bonitas como para que la señora Moira se ruborice.

—Así que son a los primeros a los que les quiero dar la noticia —anuncia, haciendo una pausa demasiado dramática para mi gusto—. Hemos recibido la noticia de que... los New York Yankees han reclutado a mi hijo, y se nos va a los Estados Unidos a partir de la semana que viene.

Toda la mesa estalla en vítores de tal magnitud que todos en el restaurante voltean a ver qué pasa.

Yo no. Parece como si me hubieran echado un balde de agua fría.

Diego tampoco. Parece como si hubiera visto a Medusa, como dijo él una vez.

Milímetro por milímetro volteo la cabeza hacia él y lo consigo mirándome. Solo puedo respirar por un momento antes de que mi primo se abalance sobre Diego.

Confirmado. Se va.

Con razón ya no quería ni dirigirme palabra. Era su forma de despedirse.

—Felicitaciones —murmuro con una voz que no parece la mía.

Es la única palabra que le dirijo en todo el almuerzo. Tengo cuatro días para arrancarlo de mi corazón antes de que las raíces infecten mis tejidos. Para ese dolor no hay cura.

 Para ese dolor no hay cura

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NOTA DE LA AUTORA:

💔😭😱🥺💔🫠🤧😵💔

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now