Casi que quisiera quedarme así, en plena lluvia, si sirviera de excusa para que no perdamos esa conexión. Al menos estamos entre el campo de béisbol y la cancha, falta bastante trecho para llegar a cubierto y puedo disfrutar el momento.

Las rosas imaginarias alrededor de mi cabeza se esfuman cuando revienta un trueno que nos hace brincar de susto.

—Apúrate —masculla Diego, halándome con más fuerza.

Jadeo tan fuerte que mi garganta arde. Pero pasamos junto a los filtros cerca de la cancha y ahí nos resguardamos. El área está cubierta solo por un techo de zinc estrecho y el ventarrón nos trae toda el agua encima.

—Mierda, y yo que pensé que esta ciudad era caliente y seca.

—No, una vez al año cae un monzón así —le explico—, no te extrañe que cancelen las clases.

—Miarma, ¿y por qué?

—Por eso.

Señalo hacia el costado de la cancha. Unos canales gruesos bajan del techo dirigiendo el agua hacia el suelo a presión, como manguera de bombero. No van ni cinco minutos de lluvia y el agua ya se está acumulando a niveles que sé que pronto llegarán más arriba de mis tobillos.

Suspiro con fastidio.

—Ah. Bueno, menos mal que sé nadar.

El bufido que eso me hace soltar muere rápido. Una ola de viento prácticamente nos baña de pies a cabeza.

Mis lentes están tan mojados que ya no veo nada. Los remuevo para limpiarlos, excepto que no hay partes secas de mi uniforme que no sean las de la camisa debajo del jumper. Termino sacudiendo los lentes y me los pongo de nuevo.

—Na' más nos hace falta el champú y acondicionador —bromeo con resignación.

Diego se ríe suavemente con su voz profunda, y se me pone la piel de gallina.

Lo observo a través de mis lentes llenos de gotas. Su cabello gotea a intervalos. Pequeños riachuelos de agua bajan por la piel de su cara y hasta su cuello. Yo debo estar igual, excepto que no me debo ver ni la mitad de atractiva que él. Es injusto, pero mis ojos no se pueden deleitar de mi propia cara en la forma que lo hacen de la de Diego.

Su nariz tiene una pequeña curva a pesar de ser recta y perfilada. Sus labios son gruesos y tan bonitos que parecen diseñados por un artista. Su quijada cuadrada podría cortar acero.

Y esos ojos, los que de pronto me observan, son tan grises como las nubes del cielo.

Mejor fijo mi atención en ellas, antes de que empiece a babearme aquí.

En eso el cielo hace homenaje a la bandera del estado. Un rayo enorme estalla con un flash de luz y un estruendo que caen casi a la vez. No puedo evitar el grito y me encojo lo más que puedo como si eso fuera a protegerme.

Abro los ojos solo una rendija, con miedo de ver algo en llamas. Pero una pared está frente a mí.

No, no una pared. El pecho de Diego.

Una gota corre por el hundido en la base de su cuello y desaparece bajo su franela blanca. Un magnetismo terrible levanta mi mirada, a sabiendas de que provocará un ataque cardíaco.

«Me muero».

Debe ser por eso que sus ojos son grises. Son como imanes. Hacen de mi razón una prisionera que no quiere escapar. Soy consciente de que mis labios se separan anticipando algo para lo que no estoy lista.

Quiero besarlo.

Todas las células de mi ser vibran con ese deseo. Estoy tan cerca. Con solo un paso más mi pecho tocaría el suyo. Si me levanto en la punta de mis pies, si ciño mis brazos alrededor de su cuello, podría unir mis labios a los suyos.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon