—Delegados, yo voy a leer los nombres de cada par y ustedes saquen un papelito de la caja con la clase que les va a ir correspondiendo, ¿okay?

—Sí —la confirmación viene de Luis Miguel, porque yo de pronto no tengo cuerdas vocales.

Él se mueve para estar a mi lado y susurrar por lo bajito.

—Se te ve el pánico en la cara.

—Mierda.

Su cara en contraste parece muy divertida.

—Primer par —exclama la profe guía—, Abreu y Aparicio.

Mi corazón galopa como un caballo en hipódromo. Saco el papel y lo desdoblo.

—2B —anuncio.

La profe anota el resultado en la hoja donde lleva la lista de estudiantes.

En eso, como un imán, mi atención es atraída por los ojos grises y serios de Diego, ahora clavados en mí.

Me enfoco en sacar papelitos y leer resultados hasta que es hora de recoger mis macundales e ir al salón 2B. Hubiera preferido tener que ir a un salón con niños de entre los mayores de primaria, mejor portados en teoría. Pero quizás lidiar con carajitos de eso de siete años proveerá toda la distracción necesaria para no estar pendiente de cada cosa que hace Diego.

Ambos caminamos a través del colegio. Los rayos del sol brillan con fiereza cegadora y los pajaritos trinan desde los árboles. Todavía se huele el rocío de la mañana en el aire, y a la distancia se oyen los carros pasar por la avenida.

Es una mañana bonita. Pero este silencio entre los dos la arruina. El problema es que no sé cómo romperlo.

En ese plan llegamos al salón. La maestra Margarita nos recibe con el mismo entusiasmo de un competidor en una carrera de relevos que al fin puede pasarle la batuta al siguiente. Recuerdo que me dió clase en tercer grado. Es alucinante saber que ahora la voy a ayudar, así sea por un puñado de días.

—Gracias por la ayuda, muchachos. Dejen sus peroles aquí. —Señala detrás de su escritorio y luego nos guía al frente—. Atención, estos son los dos muchachos de quinto año que nos van a ayudar cada martes de este mes. Sus nombres son...

—Bárbara Aparicio —digo yo reaccionando primero.

—Diego Abreu.

En cuestión de cinco minutos termino a cargo de la mitad de la clase y Diego de la otra, mientras la maestra Margarita pauta las reglas de una actividad de grupo que involucra problemas de matemáticas.

De tanto revolotear entre un grupo de niñitos y otro, hasta me olvido del chamo de mi edad. Es al recreo cuando me percato de su existencia de nuevo.

Un grupo de niños y niñas me hala de las manos y del uniforme para que me siente con ellos. Lo mismo hicieron otros con Diego y terminamos sentados en el suelo al lado el uno de la otra, rodeados de casi todo el 2B.

—Dios mío —murmuro por lo bajito—, yo quería un descanso.

Diego bufa. Es la primera reacción que le logro sacar desde el incidente del portaminas.

—¿Tienes novio? —me pregunta de pronto uno de los niñitos.

El horror que brota de todo mi ser no parece disminuir su curiosidad en lo más mínimo.

—Ehh... no.

—Entonces, ¿te quieres casar conmigo?

El ruido que sale de la boca de Diego es una combinación entre risa, ahogo y tos. Espero que le duela.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now