Muerdo mi labio porque el resto de las palabras que amenazan salir sí que me harían llorar.

Que quizás no fue tan buena idea aceptar el trato con el nuevo, y que mejor hubiera sido dejar que todas las chamas del colegio se le tiraran encima. Que soy una estúpida. Que me he defraudado a mí misma enamorándome otra vez, y de nuevo de un chamo inalcanzable.

—Por un momento —admito con voz trémula—, pensé que quizás debería sacarme el clavo nuevo con el viejo. Por eso besé a Luis Miguel. Y fue muy bonito, más de lo que me imaginé en mis sueños. Pero no podía dejar de pensar en Diego incluso estando ahí, pegada a Luis Miguel como un chicle.

A mi lado, Valentina ciñe un brazo alrededor de mis hombros y me atrae hacia ella.

Dayana, que había estado apoyada al mostrador desde el otro lado todo este rato, le da la vuelta para pararse a mi otro lado. Me soba la cabeza como si yo fuera un bebé y la verdad no me quejo, me siento así de delicada.

—Los hombres son unos idiotas —asevera mi prima, como si tuviera toda la experiencia del género femenino combinada.

—No te voy a decir que no, si sí —afirma Valentina haciendo círculos en mi espalda—. La verdad una está más tranquila sin lidiar con ellos.

—Supongo que en ese aspecto tengo suerte —comenta Dayana—. Yo siempre me quejo de que no levanto ni a un muerto pero viéndolas sufrir así, creo que estoy bien.

—¿Queréis que te meta un coñazo? —le pregunto por lo bajito, pero lejos de amedrentarla hace que se ría.

—¡Buenas tardes!

La súbita voz nos hace brincar a las tres.

Mi corazón va de velocidad normal a Fórmula 1 al ver a la mamá de Diego entrar a la tienda.

Luego amenaza pasar de Fórmula 1 a velocidad cero cuando mis ojos se posan sobre el hijo, parado en la puerta con las manos en los bolsillos de sus jeans. Esos ojos grises de impacto están clavados en mí. Su expresión tiene el mismo nivel de legibilidad que tienen los jeroglíficos egipcios de hace miles de años.

—¿Cómo están? —pregunta la señora Moira con una sonrisa que la hace ver al menos diez años más joven.

—Muy bien, ¿y ustedes? —contesta Dayana con una mirada directa hacia el chamo.

Finalmente él desvía su atención hacia su mamá.

—Te espero en la feria de comidas.

—Pero...

No le da chance a su mamá de terminar de rechistar. Gira sobre sus talones y sin mirar atrás, se aleja de la tienda.

¿Se asomó para torturarme? Mucho mejor hubiera sido que se quedara en la porra.

—No sé qué le pasa —comenta la señora Moira con una exhalación de cansancio—. Está más querrequerre que nunca. Deben ser los nervios.

—¿Cuándo es que viaja? —Debería quedarme callada, pero no aguanto la curiosidad.

—¿Te contó?

Asiento, intentando que mi cara no delate nada más allá de eso.

—Pues, nos vamos mañana. Vengo en busca de unos zapatos cómodos para el viaje porque los que más me gustan se rompieron.

—Por supuesto —brinca Dayana a guiarla hacia la repisa con selección limitada.

Volteo la cara hacia Valentina y entrecierro los ojos. Habiendo tantas zapaterías en este centro comercial, con una variedad casi infinita, ¿por qué escogería la señora Moira hacer su compra aquí?

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Kde žijí příběhy. Začni objevovat