—¿De qué hablas? —pregunta con voz casi de borracho.

La respuesta es número dos, se está quedando dormido. No sé cómo, con este calor de hora del burro que se siente como un secador de pelo contra todo el cuerpo.

—De esto —contesto y señalo a todo nuestro alrededor—. Dos lapsos más con toda esta gente, exámenes interminables, tareas, la tesis... ¡Estoy harta!

—Yo pensaba que te gustaba estudiar.

—Eso sí, pero exámenes no. Uy y eso sin contar las pruebas pajúas que faltan.

Ya la peor ha quedado atrás, pero a finales de este lapso tocan la Vocacional y la Específica. Esa segunda es la que me tiene más estresada. El mejor programa de medicina del país lo tiene La Universidad del Zulia, justo aquí en Maracaibo. El programa es tan competitivo que ni con que mis papás sean profesores de LUZ tendría cabida si salgo mal en la Prueba Específica. Tendría que irme a otra universidad, pero un año después.

Pataleo de solo pensarlo.

Tropiezo con la pierna de Diego pero él no mueve ni un milímetro.

—Mijo, ¿estáis vivo o pasaste a mejor vida de pronto?

Bufa por lo bajito.

—Es que después de unas semanitas de descanso se me olvidó lo jodido que es entrenar en este clima de mierda.

¿Son ideas mías o se ve más flaco? Lo normal es engordar de tanto comer hallacas y pan de jamón en navidad.

—Quizás lo que te hace falta es comer más.

Su estómago se retuerce con un alarido que ni el escándalo en la cancha lo puede ocultar. En plena salida, todo el mundo aprovecha para ponerse al corriente con los brollos. Aparte la Madre Esperanza llama con un micrófono a cada estudiante cuyos padres llegan a recogerlo. Y aún así gana la tripa de Diego.

Para su crédito, no le da pena.

—Pues sí, me comería un camión.

—Bárbara Aparicio y Diego Abreu —llama la Madre Esperanza por el micrófono.

Los dos respingamos e intercambiamos una mirada de confusión.

Lentos como dos caracoles, bajamos por las gradas y atravesamos toda la cancha hasta el portón. Mi papá está plantado a la entrada, formándole cháchara a la pobre Madre Esperanza que no haya cómo sacudírselo para llamar a los siguientes niños.

—¿Y mi mamá? —murmura Diego mirando de lado a lado.

Yo tampoco la veo.

—¿Papi? —Me acerco a él y la directora del colegio, a ver si pueden desvelar el misterio de por qué nos llamaron a Diego y a mí.

—¡Epa, Diego! —Mi papá bate una mano para atraerlo—. Tu mamá nos pidió que te recogiéramos.

De un paso Diego se abalanza sobre mi padre.

—¿Qué le pasó a mi mamá? ¿Está enferma? ¿Hay un problema?

—No, no tranquilo que no es nada grave. Se le dañó el carro en el trabajo y llamó a Graciela pa' pedirnos el favor —explica mi papá.

Ahora sí parece que los huesos de Diego no pueden sostener más su peso. Mi papá casi que lo tiene que cargar hasta el carro.

—Sócrates la llevó a un taller pero quién sabe cuánto se va a tardar ese peo —continúa mi papá mientras vamos ya en el carro, alejándonos de la prisión para niños y adolescentes—. Espero que no te moleste esperar en nuestra casa.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now