Si fuera posible me encogería tanto que me convertiría en una sola célula.

—¿Crees que todo el mundo me vio hacer el ridículo? —Gimo como un animal herido.

—Nahh. Ni que le importaras a todo el mundo.

Los grillos cantan a todo pulmón compitiendo con el mejor cantante de ópera. Mientras tanto mi cabeza da vueltas repitiendo los eventos desde el momento en que Valentina abrazó el cuello de Luis Miguel, hasta la última palabra que Diego acaba de decir.

Entrecierro los ojos y ladeo la cabeza.

—Aguanta un fly. Pensé que no te importaba. De ser así no hubieras intervenido.

Sin hacer contacto visual, Diego arruga toda la cara.

—No te emociones, es pura lástima.

—Ajaaaaaaa.

Finalmente me mira con cara de ladillado.

—¿Qué? ¿Hubieras preferido que te dejara ahí llorando como una Magdalena y que te viera el amorcito de tu vida?

Le encajo un dedo en el costado. Diego pega un brinco para apartarse pero yo me arrastro por la banca para continuar el ataque. Sus manotas intentan apartar las mías pero no soy tan torpe como cree.

—Eso no suena a lástima sino simpatía. Si te importo, ¿ah? ¿Ah?

—Ya... deja...

Termino con las manos palpitando de los manotazos que me pega. La cara de Diego refleja la petulancia de un niño de cinco años muy malcriado. Y contra todo pronóstico una sonrisa comienza a esbozarse en mi cara.

—Diego.

—¿Y ahora qué? —espeta con tono amargo.

—Gracias.

Él pestañea varias veces y se voltea para fijar la mirada en la maceta florida.

Sin saber qué hacer, doblo y desdoblo su pañuelo empapado y sucio.

—¿Bárbara?

Levanto la mirada. Lo consigo mordiéndose un labio. Por alguna razón hace que cosquilleen los míos.

—La otra vez en el Doral... me pasé de la raya.

Mis cejas vuelan al cielo. Una cuasi disculpa de Diego es lo último que esperaba de esta noche.

—Es que... me sacaste todas las cosas de las que no quiero hablar y entré como en pánico. —Él se masajea el cuello y me esquiva la mirada.

Suspiro y mis hombros parecen caer ante el peso de mi culpa.

—La que se debiera disculpar soy yo. A parte de ser más metida que el hilo de una pantaleta, también me las doy de que lo sé todo.

—Es verdad.

Le doy un manotazo en su hombro.

—¡Coño! ¿A esto lo llamas una disculpa?

—Ay, perdón. Se me resbaló la mano.

—Te debí haber dejado sufriendo, eres más chévere así —dice con los ojos entrecerrados.

—Y entonces, ¿somos amigos o no?

No sé por qué pero en el silencio que se instala entre los dos, mi corazón palpita. La anticipación que corre por mis venas se compara a cuando uno va a meterse el primer bocado de algo delicioso en la boca.

Quiero que diga que sí. Disfruto sacarle la piedra y causarle muecas de angustia. Es mucho mejor que cuando somos indiferentes hacia el uno y la otra.

No quiero seguir siendo una isla en el salón de clases, donde todos los demás son capaces de establecer amistades con fecha de caducidad o no, y yo lo veo todo sin participar. Estoy harta de estar por fuera como la guayabera.

—Yo sé que solo nos queda el resto de este año escolar, pero tampoco es como que uno se gradúa de bachillerato y cae en un precipicio para nunca ser visto otra vez.

—¿Qué carajo quiere decir este discurso?

Ya reconozco que ese tono de voz querrequerre sale cuando Diego quiere cambiar el tema. Y si es así, es porque uno va por buen camino.

Me deslizo por la banca aún más cerca de él. Mi vestido seguro va a quedar hecho un asco y mami me va a matar, pero en ese momento no me importa.

—Lo que quiero decir es que, ¿no te parece mejor estar acompañado así sea por un rato, que totalmente solo?

—La verdad es un poquito aburrido —masculla a regañadientes.

—Mucho gusto, soy Bárbara María Aparicio Rincón. —Presento mi mano a modo formal.

Él la observa como si la tuviera sucia. Me la restriego por la falda frondosa del vestido y la extiendo hacia él de nuevo. Ya no tiene excusa.

—Diego Samuel Abreu Marini. —Respira profundo, como si implorara por paciencia.

Se tarda mucho en darme la mano, así que me estiro para agarrar su muñeca mucho más gruesa que la mía. Agarro su mano y la sacudo varias veces. El calor de su piel no deja la mía incluso después de que la suelto.

—Eso sí —agrega él de pronto—, si vas a andar como radio fiado ahora, deja de llamarme «el nuevo», que ya sabes mi nombre completo.

—¿Y cómo queréis que te llame? ¿Dieguito?

—Te mato.

—¡Diego Samuel! —grito, fingiendo como si estuviera arrecha con él.

—Solo Diego, por favor. —Todo su cuerpo se frunce.

—Me gusta más «mijo». O, ¿que tal «ey, vos»?

—Qué bárbara de ladilla.

Levanto el puño y en un milisegundo él brinca de la banca. Con esos reflejos pudo haber esquivado todos mis ataques anteriores pero no. Dejó que me descargara sobre él y que así pudiera cambiar mi casette emocional.

Es mejor persona de lo que quiere aparentar, el muy desgraciado.

Por primera vez en toda la noche sonrío de verdad, con el corazón. Y me doy cuenta de que, de hecho, todavía me queda corazón.

—Esta bien «solo Diego».

Solo Diego respira profundo y se voltea.

—Vámonos pa' adentro que tengo hambre.

Se espera hasta que lo alcanzo y juntos regresamos al salón de fiesta.

Se espera hasta que lo alcanzo y juntos regresamos al salón de fiesta

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NOTA DE LA AUTORA:

Toooodooos abordoooo

ya sale el barcooooo 🚢

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now