—Ese fue el examen más horrible de mi vida —comenta alguien durante el embotellamiento para salir del salón.

—Yo no sé si pegué ni una —agrega alguien que suena como Yakson—, ni el tin marin me salvó.

Encojo los hombros, sintiéndome aludida.

—¿Cómo saliste?

La pregunta me agarra vulnerable y en vez de huirle, mis ojos hacen contacto directo con Luis Miguel por primera vez desde que declaré que era un imbécil que no me interesaba.

Intento concentrar la mirada en mi entorno con la esperanza de avistar a Dayana.

—No sé —contesto con aire de desinterés cien por ciento fingido.

—Estoy seguro de que lo partiste, pero yo creo que me partió a mí.

Alguien tropieza desde atrás y casi le encajo los dientes a la persona de alante... si no fuera porque Luis Miguel me ataja a tiempo.

—Estemmm... gracias.

—No hay de qué.

—¡Bárbaraaaaaa!

Nunca un chillido había sonado tan hermoso.

—Este, chao —atino a decirle a Luis Miguel. Me abro paso entre otros compañeros de clase y extraños, siguiendo la voz de Dayana hasta que la consigo.

Su nariz está roja como si hubiera llorado.

—Te veis miserable.

—Vos también.

Quizás yo también parezco estar al borde de una crisis nerviosa.

—Vámonos. A ver si ya papi llegó y nos podemos encerrar en el carro a llorar con libertad. —Enlazo mi brazo con el suyo la halo hacia mí.

—Buen plan.

El plan se va a la borda cuando aparece mi mamá a buscarnos en vez de papi. Tiene una sonrisa de oreja a oreja que, aunque indica que la sustitución no se debe a nada grave, igual me preocupa.

Nos agarra a Dayana con un brazo y a mí con el otro, estrujándonos tan fuerte que me roba la respiración.

—Estoy tan orgullosa de las dos —susurra en nuestros oídos antes de permitirnos respirar de nuevo—. Pero, ¿dónde está Valentina?

Dayana y yo intercambiamos una mirada.

—Yo que sé —contesto con una mueca—. ¿Por qué?

—Violeta me pidió que la recogiera también.

La señora Violeta es la mamá de la susodicha. Tiene como tres trabajos para poder mantener a la familia desde que su esposo murió hace algunos años, y entre mi mamá y tía Gabriela intentan ayudarla lo más posible como si fuera su tercera hermana. Con todo esto, más la estúpida boda, no me puedo zafar de Valentina por más que quiera.

Termino navegando la multitud de gente hasta que la consigo. En la distancia, sacudo la cabeza en gesto de que me siga. Valentina pone cara como si se hubiera comido un limón, pero al menos no me obliga a armar una escena y discretamente se aparta de sus amigotas.

—¿Qué?

—Tu mamá le dijo a la mía que te recogiera, así que vámonos.

—Bueno, ya voy. Déjame despedirme. —Valentina suspira.

—Sí, tómate todo el tiempo que quieras si te quieres regresar a la residencia a pie. —Levanto un hombro.

La mirada asesina que me lanza es casi suficiente como para provocar mi primera sonrisa en días. Casi.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora