—¿Qué te trae por aquí? —pregunta mi tía después de los saludos.

—Ya le había echado un ojo a la mercancía de tu tienda y creo que puedo conseguir un buen conjunto para la boda aquí.

—Con muchísimo gusto. —Los ojos de mi tía brillan como si se hubiera sacado la lotería.

—Ah, por cierto —en eso dice Moira, dirigiéndose a Dayana y yo—, Dieguito está comiendo solo en la feria de comida. Si quieren lo acompañan mientras tanto.

—Sí, niñas. Vayan, así Moira y yo nos ponemos al corriente.

Ni cortas ni perezosas, Dayana y yo abandonamos la tarea del curso y salimos de la tienda. Hace rato nos hacía falta un break, pero sin esta interrupción bizarra lo más probable es que hubiéramos seguido con las narices en los libros hasta que tía Gabriela cerrara la tienda y nos llevara a casa.

Mientras yo estiro los brazos, Dayana bufa.

—¿De cuándo acá son tan amigas que tienen que ponerse al corriente?

—Déjalas estar, la pobre señora Moira se debe sentir sola.

Según le entendí al nuevo, no hace un año todavía desde que perdieron a su papá. Y por si no fuera poco, se mudaron a otra ciudad donde no deben conocer a mucha gente. Quizás ese era el propósito de la mudanza, dejar atrás todo lo que les recordara a alguien que perdieron.

—Por mí no hay rollo —agrega Dayana—, pero ahora capaz nos topamos con tu nuevo amiguito a cada rato.

Me freno tan de golpe que mis gomas chillan contra el suelo pulido del centro comercial.

—No lo había pensado, pero es verdad —comento y me rasco la cabeza.

—Y debéis tener una pena enorme después de la pasadera que te tiraste durante el juego.

Todo mi ser se encoge como una pasa.

—Ni me lo recordéis.

—Aja, entonces. ¿Hacemos caso y lo vamos a acompañar o nos escabullimos?

La oferta es tentadora. Ya son dos misiones que me ha asignado la señora Moira, y de una manera u otra cumplí la primera. A estas alturas me daría pena quedarle mal con esta segunda.

—No chica, vamos. Yo no soy cobarde.

La cara que me pone Dayana es de que primero creería que el ticket ganador de la lotería le puede caer del cielo.

Conseguimos al nuevo en la feria de comida súper fácil. Diego está sentado en una de las mesas del medio, solo, excepto por el hecho de que hay un grupo de chamas que parecen de nuestra edad instaladas en la mesa contigua. Así como si no hubiera más sitio, a pesar de que a esta hora de la tarde toda la feria de comidas está más pelada que la cabeza de un calvo.

—Vamos.

Hago una seña a Dayana para que me siga. Como si él nos hubiera estado esperando, me siento en la silla frente a él y mi prima toma el sitio a mi lado.

Esto agarra a Diego en pleno acto de masticar un bocado de su Subway. Hace una pausa por un instante, pero sigue comiendo.

Una de las chamas de al lado me lanza una mirada capaz de fulminar a cualquiera. Empujo mis lentes por el puente de la nariz, usando mi dedo del medio por pura coincidencia.

—¿Qué haces aquí como una gacelita rodeada de depredadores?

La esquina de sus labios se levanta.

—¿No ves? —Eleva su saunche en el aire.

Un rugido terrible nos hace brincar. La cara de Dayana se enrojece.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now