—Mierda, como que todos son ricachones —masculla Dayana por lo bajito.

—No importa, nosotras somos más bonitas.

Dayana y yo miramos a Valentina. No puedo creer lo que acaba de decir.

Se debe dar cuenta, porque encoge un hombro.

—Bueno, al menos yo.

—Espantapájaros no somos —añade Dayana, codeándome para que asienta.

El problema es que por la parte de ellas dos es cierto. Dayana es la belleza morena y Valentina la reina catira. Pero en mi caso, no soy nada especial. Ni siquiera la ropa más a la moda que Dayana me podía prestar, una franela a rayas muy ceñida y unos jeans que probablemente me pongan en vergüenza cuando tome asiento, harán que atraiga miradas.

Y quizás está bien así. Se supone que vengo aquí a estudiar, no a buscar novio.

Como si la vida quisiera contradecirme, en eso se baja de un carro nada más y nada menos que Luis Miguel Goicochea Díez.

A mi derecha, Valentina inhala con agudeza.

—Como que no le vamos a poder hacer caso a mi hermano, ¿no? Se acerca drama.

—Chito —le digo a Dayana antes de que pueda decir algo más que llegue a los oídos de Luis Miguel.

La Valentina reacciona a agitar el brazo, lo que llama la atención de más de uno. Luis Miguel lo nota y su expresión parece florecer al notar nuestra presencia.

A medida que se acerca, mi pulso se va acelerando.

Entre los ricachones hay un chamo con lentes que parece un supermodelo y le daría competencia al nuevo de mi salón si estuviera aquí. Pero aún así, Luis Migueles un agujero negro que succiona toda mi atención.

Si esto era una pesadilla antes, ahora va a ser peor.

—¡Hola a las tres! Que chévere que también están en este curso —dice Luis Miguel al unirse bajo la sombra.

—¿Te acordáis mío? —le pregunta mi prima.

—Claro que sí, nos hemos visto varias veces.

Alguna que otra vez Dayana ha ido a mi colegio cuando ha habido algún evento familiar, pero también cuando las tres solíamos ser uña y mugre e íbamos juntas a fiestas de cumpleaños.

O Luis Miguel tiene memoria sobresaliente, o nos prestó más atención de lo que yo había pensado.

—¿Qué hacéis aquí? —espeto yo con mi cerebro obviamente en cortocircuito—. Osea, me refiero a aquí y no en las prácticas de béisbol.

Sus cejas se levantan de una forma que lo hacen ver más lindo todavía. Creo que me quiere matar.

El hecho de que Valentina no ha podido decir ni pío me indica que ella también se está muriendo por dentro.

—Como son solo dos clases por semana, al profe Guillermo no le molesta —explica al tanto que levanta los hombros en gesto descuidado—. Y aparte, está muy ocupado con su primito como pa' acordarse de que existen otros jugadores en el equipo.

—Detecto celos —insinúa Dayana, sutil como un martillazo.

Luis Miguel se ríe y yo respiro de nuevo.

—No te voy a decir que no si sí —aclara Luis Miguel—. Lo que pasa es que el carajo juega como si Omar Vizquel y Andrés Galarraga hubieran tenido un hijo juntos.

—¿Sí? —Frunzo el ceño. Como que los deseos del Dieguito de ir a las grandes ligas no son pura paja.

—Pero tú también juegas super bien —agrega Valentina sin trazas de su acento maracucho, como suele hacer cuando quiere congraciarse con otros.

—Gracias, pero mi sueño es otro. Así que aquí estoy, para empezar a trabajar en eso.

—¿Piloto, no? —Me lo imagino en uniforme de aviación y casi me tiemblan las rodillas.

En eso se abre el portón y un señor mayor empieza a arriarnos como ganado.

Los cuatro caminamos en grupo removidos del resto de la gente. Este colegio es enorme y cada edificio y monumento parece nuevo. Una estatua de mármol blanco y pulido nos da la bienvenida, rodeada de un jardín que tiene que costar un ojo de la cara para mantener así de frondoso y colorido.

A veces, en momentos así, te das cuenta de que hay sociedades paralelas en esta ciudad. A pesar de que mi colegio es uno de los mejores, estar aquí recalca   lo pata en el suelo que soy.

Dayana no disimula su asombro ante tanta opulencia. Con el índice, empujo su quijada para cerrarla antes de que se trague una mosca.

Los cuatro logramos sentarnos juntos en el salón de clase. Por una parte es genial que puedo ver a Luis Miguel de cerca, aunque eso supone los riesgos de que él se percate o de que me distraiga demasiado. Pero por otra parte, significa que no me he sacudido de Valentina.

—¿Por qué no te sentáis en otra parte? —susurro entre dientes para que solo ella pueda escucharme a mi lado.

—¿Por qué no te sientas tú en otra parte? —me devuelve ella.

Suspiro forzosamente. Lo mejor que puedo hacer es ignorarla por las próximas horas.

En el instante en que la profesora Luna entra al salón, pensamientos sobre estos dos se van a la borda y me enfoco totalmente en la lección. Y menos mal porque los problemas en la pizarra parecen chino simplificado.

Intercambio una mirada con Dayana. En sus ojos se refleja el mismo pánico. Vamos a tener que ponernos las pilas si no queremos arruinar nuestra reputación como mejores estudiantes de nuestras respectivas clases.

 Vamos a tener que ponernos las pilas si no queremos arruinar nuestra reputación como mejores estudiantes de nuestras respectivas clases

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NOTA DE LA AUTORA:

De acordarme de esa época me regresan todos los traumas jajajaja. ¿Quién más es así?

Por otro lado, ya vi que están empezando las teorías sobre si Bárbara se queda con el uno o con el otro. Solo quiero decirles que...

Sigan así, me encanta esa polémica 😌

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now