Capítulo 10

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—Cuidado —advierte Luis Miguel de pronto.

Me freno de golpe y contorsionándome, noto un lápiz en el piso justo por donde voy caminando.

—Gracias —mascullo por lo bajito.

Subimos las escaleras en silencio. El nivel superior contiene la sala de los profesores, la biblioteca y el cuarto de trastos acumulados de proyectos escolares y algunos insumos. Nos dirigimos allí.

Maniobro con un hombro para bajar la perilla y empujar la puerta sin dejar que se caiga nada. Entra luz del sol al cuartico por una pequeña ventana. Si no fuera por eso, parecería un cementerio de cachivaches desde el piso hasta el techo. En una esquina, rollos tan largos como yo soy alta están metidos en varias cestas. Hacia allí me dirijo.

La puerta se cierra mientras Luis Miguel y yo empujamos los mapas en las cestas al azar. Quizás la profesora tiene un sistema, pero yo no me voy a poner a descifrarlo. Y especialmente no cuando quiero huir lo más rápido posible.

El brazo de Luis Miguel roza con el mío y succiono todo el oxígeno del sitio.

—Perdón —comenta Luis Miguel suavemente al tanto que termina de guardar el último mapa.

Yo me hago la que no ha pasado nada. Bajo la perilla y tiro de la puerta y... Nada pasa.

Tiro de nuevo, esta vez con más músculo. La puerta no se mueve ni un milímetro. No puedo evitar lanzarle una mirada de pánico a Luis Miguel.

—A ver, déjame intentarlo.

Me aparto con gusto y esperanza de que él si pueda. Pero a pesar de que aplica tanta fuerza que observo los músculos de sus brazos endurecerse y saltar con cada movimiento, la puerta sigue cerrada como si estuviera soldada.

Los ojos de Luis Miguel cuando se voltea a verme son de huevo frito.

—No te quiero alarmar pero parece que estamos atrapados.

Al instante pareciera como si no hubiera suficiente aire. Trastabillo entre los peroles en el piso hasta que llego a la ventana y la abro. El aire caliente de afuera me da poco confort.

—¿Creéis que si grito por aquí alguien me oiga?

Luis Miguel tiene las cachazas de reírse entre dientes.

—Seguro dentro de poquito se dan cuenta de que no hemos vuelto y nos vienen a buscar. Además, yo creo que si te ponéis a gritar nos llaman a la policía y me meten preso a mí.

—Buen punto —asevero mientras me recuesto contra la pared—. Mejor te paráis en el punto opuesto pa' que quien llegue no sospeche nada.

Luis Miguel enarca las cejas pero al siguiente segundo obedece mis instrucciones. Con una torre de por medio de mesas y sillas plásticas apiñadas una encima de la otra, y cajas y bolsas llenas de no se qué, nadie puede pensar que Luis Miguel y yo nos encerramos aquí para hacer cochinadas.

A pesar de eso mi corazón se acelera tanto que quizás él puede oírlo.

Precisamente en ese momento ocurre lo peor. Luis Miguel abre la boca.

—He estado pensando mucho en todo este meollo —comenta con el mismo tono de alguien que habla del último partido que han perdido las Águilas del Zulia—, y creo que sé la razón verdadera por la cual estáis tan molesta conmigo.

¡Por favor, alguien sáqueme de aquí!

Quisiera poder cambiar de tema a lo que sea, pero mi garganta se ha paralizado al punto de que no puedo ni respirar.

—Tiene que ser porque te gusto, ¿cierto?

El estado Zulia tiene la zona de más actividad eléctrica del planeta. ¿Por qué no puede caerme un rayo en este momento?

Luis Miguel ladea la cabeza, sus ojos fijos en los míos sin dar tregua a mi vergüenza.

—Es eso, ¿no? Yo sé que hablé de forma grosera, pero si solo te hubiera molestado ese aspecto me hubieráis mandado a la porra en el acto. Te hubieráis picado por unos días, no por meses.

Un hilo de voz sale de mi garganta.

Luis Miguel corre una mano por su cabellera y suspira.

—Miércoles, la pegué. Te gusto.

Trágame tierra.

Trágame tierra

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PRESENTE 4

—Nooooooo —aúlla mi hija cuando hago una pausa—. Yo me muero si algo así me pasa.

Desde el rabillo del ojo noto la calma de Matías. Aunque sus ojos siguen dirigidos a la pantalla de su celular, sus dedos han cesado de moverse desde hace rato. Lo que indica que tiene las orejas paradas.

Me aclaro la garganta para seguir hablando con propiedad.

—Pues yo te aseguro que en ese momento sentí como si se me salía el alma del cuerpo.

Martina dejó a un lado el cuaderno y portaminas con el que anotaba los puntos más divertidos de mi historia para su tarea. Ahora mantiene su atención completamente en mí, cosa que no ha ocurrido prácticamente desde que aprendió a caminar.

—¿Y qué hiciste? —interpela Martina. Los ojos le brillan de la emoción, tal como si estuviéramos viendo una película romántica en vez de la historia sobre como se enamoraron sus padres.

Me recuesto contra el sofá con más gusto.

Lo peor de toda la historia todavía falta. A duras penas puedo esperar a contarles las partes en las que su padre más me sacó de quicio.

—Pues, lo que pasó después de eso fue...

—Pues, lo que pasó después de eso fue

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NOTA DE LA AUTORA:

¿Será que Luis Miguel está empezando el ataque?

Síganme en Twitter @ mariannahubrism pa' el fangirleo 😉

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt