Parpadeo varias veces, asimilando las palabras. Aaron dijo que ellos habían salido, supuestamente vendrían en la mañana, tal vez él bebió de más. Aunque jamás lo he visto tomar así, sin control ni cuidado, solo imaginarlo es ridículo.

—¿Estaba ebrio? —pregunto por curiosidad, ni un deje de preocupación se escucha en mi voz: yo mismo lo obligaría a tragar alcohol puro hasta que su hígado explote.

Rebeca avanza con sigilo cuando una de sus manos me toca el hombro, sorprendiéndome. Algo se siente inusual, como si cada respiración fueran presagios malditos gritando que huya mientras tenga la oportunidad.

—Al pasar el tiempo, conforme la vida te va consumiendo, cosas sencillas comienzan a ser imposibles. —Su cuerpo está tenso—. Me cuesta confiar, Dominik. Hace años que escondo mi debilidad, mi dolor e incluso humanidad. Y si estoy aquí, diciéndote todo esto, es porque eres como yo: guardas el sufrimiento, lo transformas hasta que puedes lidiar con él —habla apartándose de mí—. Sígueme, esta noche será larga.

Rebeca se adentra por los laberínticos pasillos, obligándome a caminar con rapidez para poder alcanzarla. Nuestros apresurados pasos resuenan en cada rincón, haciendo eco. Las paredes parecen inclinarse sobre nosotros cuando entramos en un pequeño corredor, casi invisible a la vista. Sabía que esta mansión era enorme, pero nunca imaginé que podría perderme realmente en ella; ahora ni siquiera sé cómo regresar.

Llegamos al final después de algunos minutos, donde una puerta nos espera. Rebeca saca lo que parecen ser llaves, las cuales no puedo ver pero sí oír su tintineo, y procede a introducirlas. Le toma dos intentos encontrar la correcta, cuando lo consigue se escucha un chirrido.

—Adelante —me invita.

Estiro mis brazos intentando tantear cualquier cosa que encuentre, no quiero chocar contra algo. La luz aparece justo antes de que termine sobre el marco de la puerta, evitándome un buen golpe. Mis ojos tardan en acostumbrarse por completo, cegados.

—¿Dónde estamos? —Observo el extraño lugar, incrédulo.

Por su estrecha entrada pensé que se hallaría una habitación diminuta, similar a cualquier desván, pero no: es ridículamente inmensa. Parece estar hecha de madera, con incontables estantes vacíos donde alguna vez hubo libros. No posee ventanas, lo cual es inusual. Hay un enorme escritorio en el centro, sobre él se encuentran papeles esparcidos y extraños mapas.

—Bienvenido a mi escondite —habla cerrando aquella puerta, haciéndome sentir atrapado—. Patrick veía innecesario mirar los planos de la mansión, le era suficiente con tener más habitaciones de las que pudiese utilizar. Y yo, con bastante dificultad, falsifiqué uno donde este peculiar sitio no apareciera. —Se dirige hacia el único, pero enorme, armario del lugar. Lo abre cuidadosamente, revelando varios recipientes extraños y botellas sin etiquetas—. Él jamás va a saber que existe.

Me quedo perplejo, sin saber cómo reaccionar. Rebeca debe esconder algo muy oscuro si necesita encontrar habitaciones ocultas y falsificar planos para que nadie la descubra. Abro los ojos cuando mis neuronas aturdidas logran hacer sinapsis, mostrándome lo oportuno de esta situación: por fin conoceré sus secretos.

—¿Cuál es tu objetivo? —Choco contra una caja, notando que el suelo está lleno de ellas—. ¿Por qué necesitas esconderte en primer lugar?

—Todos necesitamos sentirnos seguros. —Toma dos pequeños vasos con agilidad, meciéndolos—. Pero antes de responder alguna pregunta, debes decirme qué ocurrió.

¿Ella lo notó?

—No sé a qué te refieres —miento apartando la mirada.

—Estabas temblando y sin zapatos, parecías perdido, triste. —Llena los vasos de un líquido extraño—. ¿Aaron hizo algo?

Odio Profundo |BL| ©Where stories live. Discover now