I- El homúnculo sin nombre

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Tiza, como todos los homúnculos, carecía de un nombre propio. Tenía un número de serie asignado como todos, el 786, pero eso no era en ningún caso un nombre, solo señalaba el orden de producción. Sin embargo, para referirse a él con comodidad, su amo, el maestro Datreus, lo llamaba Tiza. Decía que era por como su ropa, en especial sus mangas, solían estar cubiertas por el polvillo blanco de estas. Como fuera, era la única prueba de su identidad como individuo, y por eso el homúnculo tenía cariño al apelativo. No hubiera podido de ninguna manera ponerlo en palabras, pero era una pequeña satisfacción saber que incluso su maestro tenía la necesidad de diferenciarlo de otros. De remarcar que de entre todos él era único, aunque esto fuera a través de un apodo banal.

De todas formas era cierto. Tiza no era como el resto de los homúnculos. No en el sentido de que como sujeto fuera obviamente diferente de otros sujetos separados de él, si no también en el sentido de que había sido concebido y creado de una forma específica. Según el maestro Datreus era, de hecho, su mejor creación.

— Tiza, ven – ordenó su amo. Pese a su avanzada edad y el tono tranquilo, casi frío, con que hablaba, su voz se notaba vibrante y enérgica. El joven homúnculo, que estaba de pie junto a la puerta del aula, tardó unos segundos en reaccionar. Sintió una momentánea reticencia, no tan fuerte o duradera como para que los presentes o él mismo la notaran.  Aún así avanzó hacia el Maestro Datreus, que se encontraba de pie ante una inmensa pizarra en una pequeña tarima elevada. Al frente había unos quince jóvenes sentados en sus pupitres dispuestos en semicírculo. Tiza se quedó de pie, con la vista clavada en la pared del fondo y una expresión imperturbable.

—Lo importante al fabricar un homúnculo es pensar en su diseño con cuidado. ¿Qué queremos de él? ¿Cuál va a ser su función? Todo se debe tener en cuenta —empezó a explicar el alquimista Mayor delante de los jóvenes. Estos, no bien comenzó a hablar, hundieron la nariz en sus cuadernos y comenzaron a tomar apuntes con diligencia. Eran todos hombres, de entre veinte y veinticinco años. Algunos mostraban semblantes sombríos, otros parecían encogerse sobre sí mismos, como buscando ocupar la menor cantidad de espacio posible, pero todos escribían de la misma forma mecánica. Parecía que no fuera un gesto nacido de la voluntad, sino incorporado a la fuerza, a base de repetir, como un perro amaestrado que se sienta cuando se lo ordenan.

Normalmente la Torre reclamaba a los candidatos a alquimista durante su adolescencia basándose en sus resultados escolares, y era de hecho con el fin de encontrar a futuros alquimistas que se habían dispuesto numerosas escuelas por todo sus territorios. Cuando los muchachos llegaban pasaban por un duro proceso, llamado "el Umbral", que buscaba, entre otras cosas, cortar sus lazos con un mundo exterior al cual rara vez volverían. Muchos no lo soportaban y quedaban descartados con la cordura quebrada.

Los que lo superaban eran como los que tenía delante. Tiza había aprendido a reconocer las características de los alquimistas que acababan de pasar el Umbral. Miradas un tanto perdidas a veces, y huidizas otras, actitud corporal encogida, encorvada, y, sobre todo, comportamientos mecanizados.

—... Por ejemplo —seguía explicando el Maestro Datreus, mientras tomaba la cara de Tiza con una mano y con la otra señalaba sus ojos amarillos —Tiza es mi asistente, un ayudante de investigación. Por tanto, es importante que sus ojos estén adaptados a leer con poca luz. De esta manera podrá estudiar largas horas por la noche sin gastar demasiado aceite en las lámparas.—El Maestro Datreus soltó a Tiza y comenzó a caminar detrás de él de un lado a otro de la tarima. — Memoria eidética, altas capacidades logicomatemáticas y lingüísticas, talante observador y paciente, perfeccionista, pensamiento divergente, carácter crítico, escéptico... Las características de un buen científico. Todo esto sumado, por supuesto, a las características de todo buen homúnculo, como una lealtad inquebrantable, y tendencia a la obediencia y a la sumisión — enumeró mientras sus alumnos tomaban nota. Tiza por su parte no se movió, permaneciendo impávido frente a las miradas de los estudiantes que, de vez en cuando, levantaban el rostro por unos segundos de sus cuadernos para observarlo.

Camino de TizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora